En la educación, además de elementos esenciales a cultivar constantemente, hay también ciertos
PELIGROS muy concretos. Veámoslos:
1º) No
ejercer el rol de padres.
Olvidar la autoridad
sobre los hijos (autoridad "natural",
no civil, ni religiosa, ni delegada, ni democrática) y olvidar la finalidad orientadora constituyen una
flagrante dejación de funciones. Si se tratase de una empresa, te echarían a la
calle.
De
hecho, hay padres gravemente "olvidadizos"
de sus deberes, a los que el Estado retira la "patria potestad". Sin llegar a tanto, muchos olvidan su
verdadero rol o lo reducen al básico deber de subsistencia.
Por ejemplo: Hay padres y madres
que prefieren convertirse en "colegas"
de sus hijos. O en pacientes "sufridores"
de todos sus desaires y chantajes. O en "espectadores"
de su libre evolución. O en "la clac
de su bonhomía" sin exigirles mayores superaciones (son buena gente -dicen-
porque no roban, ni matan, ni se drogan). O en "defensores a ultranza" de todas sus actuaciones, aún
erróneas, frente a compañeros, profesores o autoridades establecidas.
Se
equivocan totalmente. La "función de
padres" no se puede delegar, ni aguar, ni disimular. Esa función exige
el amor más grande, pero también la permanente
orientación, el estímulo necesario para desarrollarse y la exigencia de normas familiares cuyo primer peldaño es el respeto.
En
esto los padres modernos hemos perdido calidad e intensidad. Sería bueno insistir
en la máxima ciertísima: "No existe bondad sin firmeza, ni firmeza sin
bondad".
2º)
Educar desde nuestras frustraciones: proyectarse y compensarse.
Frustración es "la dolorosa
reacción psicológica -muchas veces subconsciente- ante la privación de algo que
deseo o necesito". Es la causa de lo que se llaman "heridas del pasado", que
quedan enquistadas en la sensibilidad (especialmente durante la frágil etapa de
niñez y juventud).
Si
no hemos sido capaces de "curar"
esas heridas del pasado (tratamiento psicológico) o de "reeducar" los desequilibrios consiguientes (malos
funcionamientos), nuestra función de padres puede verse muy distorsionada.
Nuestros
hijos no sólo heredan nuestra carga genética, también son alcanzados por
nuestra carga psicológica positiva o negativa. Los genes no los podemos cambiar,
pero la psicología sí, empezando por cambiar nosotros mismos.
El
contagio de lo negativo es parte de lo que hoy se entiende por "pecado original", que se
transmite de generación en generación, salvo que seamos capaces de cortar la
cadena. La mejor aportación a la
educación es, sin duda, cortar esa cadena con la mejora de uno mismo.
Citaré sólo dos
frecuentes "mecanismos de
defensa"
(nos defendemos del dolor de nuestras frustraciones) con que los padres perjudicamos a nuestros hijos, porque ni nadie
nos advirtió, ni somos conscientes del origen y consecuencias de nuestras
reacciones psicológicas. (No nos preparamos para ser padres. Pensamos
equivocadamente que eso es tan fácil como engendrarlos). Vayamos a ello:
a) Proyección: Es la pretensión de
conseguir en los hijos los "deseos"
(aspiraciones) frustrados en nuestra propia historia.
Cuando
llegan los hijos cabe la tentación de proyectar
en ellos nuestros deseos frustrados y utilizarlos como medio para superar nuestro
dolor (enquistado en la sensibilidad).
Quien
no pudo llegar a médico o ingeniero, por ejemplo, proyectará en el hijo ese
deseo, aunque trunque su vocación a la música.
Quien
padeció escasez económica empujará al hijo hacia la actividad más rentable, aunque
su aspiración sea profesar pobreza, castidad y obediencia.
Quien
quiso ser jugador de fútbol y no lo consiguió someterá al niño a duros
entrenamientos, aunque el pequeño prefiera el baile. Los ejemplos serían
interminables. Los citados son sólo para hacerme entender.
También podemos
proyectar nuestros vicios y dar por hecho que nuestro hijo está cayendo o caerá en
nuestros mismos errores.
Si
de niño nos refugiamos en la mentira, es muy probable que imaginemos que
nuestro hijo miente o lo hará en determinadas circunstancias (en las que
nosotros mentíamos). Esta "proyección
imaginativa" es muy peligrosa porque estamos "juzgando" con la imaginación y estamos "empujando" al hijo hacia
nuestros errores pasados, aunque puede que lo disfracemos de previsión o
advertencia.
Hay
que observarse bien y ser sinceros con uno mismo porque, tras el aparente deseo de querer lo mejor para nuestros hijos, estamos
proyectando nuestras frustraciones del pasado, tanto positivas (lo bueno
que quisimos y no conseguimos) como negativas (lo que hicimos mal y quisiéramos
borrar). De esa manera aplastamos la propia personalidad del hijo (sus dones)
que es justamente lo que estamos obligados a apoyar.
b) Compensación: Es la pretensión de
satisfacer en los hijos nuestras "necesidades"
frustradas. Es una forma subconsciente y
errónea de sacarse la espina del pasado en la persona del hijo. (Si con la "proyección" pretendemos
conseguir los "deseos"
frustrados, en la "compensación"
perseguimos llenar las "necesidades"
no satisfechas).
Si
pasé hambre, lucharé por mis hijos, pero probablemente les contagiaré una
ambición materialista. Si estuve muy controlado, puede que me pase en la
concesión de libertades a mis hijos.
Si
no tuve juguetes, intentaré que mis hijos los tengan todos. Si a la madre no le
permitieron pintarse, usar minifalda o salir de noche, se sentirá inclinada a compensarse
promocionando que sus hijas tengan todo eso. Es la raíz de lo que llamamos
coloquialmente la "ley del
péndulo".
También
pueden darse compensaciones a
frustraciones presentes. Si no dedico tiempo a los hijos (por trabajo o por
mis aficiones), intentaré compensarles con regalos, permisos, dinero... Es una
especie de "chantaje afectivo"
para no perder su cariño y tranquilizar la conciencia. Si me siento inferior
físicamente, intentaré que mi hijo sea un "cachas".
Si tengo una baja autoestima, tenderé a sobrevalorar a mis hijos. Existe un
interminable rosario de ejemplos.
Conclusiones.
Estos
peligros lo son porque son "subconscientes" y, por tanto,
incorregibles salvo que alguien nos conduzca a la consciencia (una formación
para padres, por ejemplo).
Son peligros porque
mis decisiones no tienen como finalidad el "bien
de mis hijos" (el desarrollo de "sus"
capacidades y su felicidad) sino el "egoísmo"
de sentirme consiguiendo en ellos lo que no pude (o no puedo) conseguir para mí
mismo. Busco mi satisfacción, no su
desarrollo.
De
ahí que la mejor forma de prepararse para ser padres y buenos educadores es la
formación personal, el análisis de nuestra propia historia y el desarrollo de
nuestra propia personalidad.
Eso nos capacita para comprender y guiar a nuestros hijos hacia su "realización personal" que no tiene por qué ser la tirita de nuestras frustraciones.
Eso nos capacita para comprender y guiar a nuestros hijos hacia su "realización personal" que no tiene por qué ser la tirita de nuestras frustraciones.
Para
poder guiarlos por el difícil camino de la vida hay que recorrer con consciencia nuestro propio camino. Muchos
padres se conforman con serlo biológica e instintivamente. No contemplan
siquiera la posibilidad de adquirir la sabiduría humana necesaria (formación)
para ser verdaderos educadores.
La consecuencia inevitable será que
los hijos repetirán o agrandarán los errores de los padres, su fracaso y su
infelicidad. Metidos en esa dinámica, es imposible salir de este "valle de lágrimas". Estoy
seguro que cada uno de nosotros conoce y podría citar muchos ejemplos
concretos.
Nuestra
misión de padres consiste en mostrar a
nuestros hijos el verdadero camino de la felicidad con nuestro testimonio y
nuestras palabras. Más tarde dependerá de ellos recorrerlo con determinación y
constancia. Ésa es la única manera de transformar este mundo -al menos nuestra
familia- en un "valle de
esperanza", como mínimo...
Jairo del Agua
"La educación es el
arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo".
Nelson Mandela (1918 - 2013).
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN EN FAMILIA:
- ¿Qué consecuencias adivinamos que se producirán en los hijos si incurrimos en estos peligros que el artículo nos presenta?. ¿Qué ideas se nos ocurren que podrían servir para evitar caer en estos peligros?.
- ¿Hay en nuestra forma de educar algo de esto que Jairo del Agua señala en este artículo?. Si acaso lo hay ¿cómo lo estamos trabajando?, ¿con qué dificultades nos encontramos?.
- Si acaso lo tuvimos y lo resolvimos ¿cómo lo logramos?.
- Si lo hemos intentado y seguimos más o menos en las mismas ¿qué ayudas necesitamos?; ¿hay en nuestro entorno recursos sociales que nos pueden echar una mano?, ¿cuáles?, ¿cómo aprovecharlos?.
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