El
estrés y la falta de ejercicio físico.
El
aumento de contaminantes, empezando por los metales pesados presentes en el
aire, en el agua y en los alimentos que consumimos.
Una
alimentación que nuestros intestinos no toleran bien y que conlleva la
inflamación del tubo digestivo y la porosidad intestinal, fuente de
innumerables males.
Pero el
cuerpo no se queda de brazos cruzados. Al contrario, ¡no deja de enviarnos
señales de que se encuentra en peligro!: Diarrea, estreñimiento, dolores abdominales, hinchazón, flatulencias, mal aliento, dolor de cabeza, insomnio y
cambios de humor son, entre otras alertas, su manera de gritarnos ¡SOCORRO!.
Así lo
había entendido ya el médico griego Hipócrates hace 2.500 años, y los últimos
estudios en nutrición no hacen sino confirmarlo una y otra vez: sólo podremos
gozar de buena salud si nuestro aparato digestivo funciona correctamente.
“Con
toda seguridad”, decía Hipócrates, “el origen de las enfermedades no se debe
buscar más allá de las ventosidades y gases intestinales, tanto por exceso como
por defecto, o cuando penetran en el cuerpo en gran cantidad o cargados de olor
pestilente”.
Quédese
con la última frase, pues es importantísima. Cuando Hipócrates dice “los gases
penetran en el cuerpo” quiere decir que el intestino no es una barrera
impermeable. Todo lo contrario. Cuando se produce una fermentación insalubre de
la comida, una gran cantidad de toxinas penetra en la sangre y después en el
resto del organismo, donde pueden llegar a acumularse y provocar importantes
daños.
Una
prueba clara de este desorden es que una mala digestión, que conlleva malos
olores en el intestino, suele provocar mal aliento. Y eso ocurre simplemente
porque los gases de mal olor pasan a la sangre y van a parar después a los
pulmones.
El
problema está en que estos gases también se encuentran en otras partes del
organismo, donde llegan a acumularse (por ejemplo en las articulaciones). Es
decir, que no se eliminan a través del aliento en su totalidad, ni mucho menos.
Por
ello es importante señalar que unas heces normales prácticamente no huelen. Los
gases y las heces con mal olor indican un desajuste.
Para
restablecer el equilibrio, elimine de su dieta los alimentos que no tolera.
Para ello quizá sea necesario contar con la ayuda de un nutricionista para que
haga un diagnóstico, pero debe saber que las intolerancias alimentarias más
habituales están relacionadas con los cereales refinados -sobre todo el trigo
rico en gluten- y con los lácteos. Debe eliminarlos de su alimentación durante
tres o cuatro semanas y observar qué ocurre.
Al
mismo tiempo, será indispensable cuidar su higiene vital realizando más
ejercicio físico suave (el esfuerzo físico duro agrava la inflamación),
respirando mejor (coherencia cardiaca) y tomándose su tiempo para comer y
masticar.
Para
restaurar la calidad de la mucosa intestinal debe elegir alimentos antiinflamatorios (frutos secos y pescado rico en omega-3, verduras cocidas,
ensaladas, especias dulces…) e infusiones (cálamo, ortiga, milenrama…).
Y
finalmente, en la mayoría de los casos será necesario resembrar la flora intestinal con buenos probióticos.
Antes
de seguir, quiero dejar clara la diferencia entre probióticos y prebióticos,
palabras que con frecuencia se confunden. Los probióticos son microorganismos
vivos que viven en nuestro organismo, formando parte de la flora intestinal. Al
añadirse como suplemento en la dieta, afectan beneficiosamente al desarrollo de
la flora en el intestino. Por el contrario, los prebióticos son sustancias no
orgánicas, que nutren y favorecen el desarrollo de los probióticos del sistema
digestivo para que puedan desarrollarse.
Mientras
usted se encontraba en el vientre de su madre, su tubo digestivo era estéril.
Sin embargo, a las 72 horas de nacer ya contenía mil billones de bacterias y
levaduras procedentes, en el caso de los niños nacidos por parto natural, de la
flora vaginal de la madre.
La
flora vaginal depende en gran medida de la flora intestinal, así que las madres
con una buena flora intestinal se la transmiten a sus hijos al nacer. Si por el
contrario poseen cepas de bacterias y levaduras patógenas (causa de
enfermedades), los bebés también las tendrán.
En el
caso de los niños nacidos por cesárea, la microflora procede del entorno, es
decir, del hospital. Si no se corrige a tiempo, la flora intestinal de origen
hospitalario puede tener consecuencias dolorosas para toda la vida.
Posteriormente,
la flora intestinal evolucionará según la alimentación, las enfermedades y, por
supuesto, se verá afectada por los medicamentos que se tomen (sobre todo
antibióticos).
Los
alimentos ricos en fibra son buenos para la flora intestinal, así como los
alimentos lactofermentados (chucrut, pepinillos, aceitunas…).
En
cualquier caso, pueden darse situaciones en las que sea necesario aportar a
nuestra flora algunos ingredientes que sirvan para ayudarla a recuperar, en
poco tiempo, un equilibrio duradero.
Los
ingredientes dirigidos a restablecer el equilibrio duradero de la flora intestinal son:
Cepas
“probióticas” que se encuentran quizá en cantidad insuficiente (en especial en
el caso de los bebés nacidos por cesárea o aquellos cuya madre tenía una flora
desequilibrada, y en todos los casos en los que la microflora ha sido alterada
por factores endógenos o exógenos). Se han realizado ensayos clínicos en
particular con cinco biotipos bacterianos, de los cuales cuatro son bacterias
del grupo láctico (Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus paracasei,
Lactobacillus plantarum y Bifidobacterium lactis) y una del grupo propiónico
(Propionibacterium freudenreichii).
Cofactores
metabólicos indispensables para el crecimiento de la microflora probiótica:
oligosacáridos prebióticos, vitaminas del grupo B, magnesio y manganeso.
Cofactores
fisiológicos destinados a proteger y regenerar los enterocitos que forman la
mucosa intestinal: fosfolípidos, lactoferrina, glutamina, inmunoglobulinas
procedentes del calostro, carotenoides y vitaminas del grupo B.
Esta
combinación de ingredientes activos que actúan en sinergia favorece la
regeneración rápida de la microflora intestinal, sobre todo cuando se encuentra
fuertemente alterada.
El
riesgo de las cápsulas y comprimidos de probióticos.
La
mayoría de probióticos se venden hoy en día en forma de cápsulas o de
comprimidos.
En los
comprimidos hay un número extremadamente bajo de bacterias vivas, ya que la
presión necesaria para formar el comprimido hace que la temperatura suba por
encima de los 50 ºC y mate a una gran parte de ellas. Por tanto, es casi
imposible que existan comprimidos de probióticos que ofrezcan buenos
resultados.
Algunos
fabricantes fingen haber encontrado la solución vendiendo comprimidos de
probióticos que de antemano se han protegido con microencapsulación. El
problema está en que este tratamiento incrementa de manera desmesurada el
volumen de los probióticos. Para ingerir la cantidad necesaria (mil millones
como mínimo) tendríamos que tomar cien comprimidos al día.
En un
medio líquido fermentado (por ejemplo, a base de leche animal o vegetal), las
bacterias probióticas no se pueden conservar mucho tiempo. Las diferentes cepas
presentes transformarán los azúcares y las proteínas del medio en ácidos
orgánicos y agua oxigenada, que las bacterias no podrán soportar a largo plazo.
Por
otro lado, es imposible conservar una mezcla de cepas probióticas en equilibrio
dentro de un medio líquido, ya que cada una de ellas evoluciona de manera
diferente durante la fermentación y la conservación.
Pongamos
por caso el yogur clásico. Tan sólo contiene dos cepas bacterianas (Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus), ya de por sí muy poco probióticas.
Pero es que además, después de su conservación, que se extiende desde el lugar
de fabricación hasta casa (varias semanas), la supervivencia de las bacterias y
el equilibrio entre cepas se altera fuertemente. Como consecuencia de ello, el
producto que usted consume en casa no permite regenerar la flora intestinal,
sino únicamente conservar las condiciones de pH beneficiosas para el intestino.
Cómo
debe ser un buen probiótico.
Para
actuar eficazmente sobre la microflora intestinal deben darse varias
condiciones:
- Se necesita un conjunto de cepas bacterianas testadas clínicamente y con caracteres probióticos complementarios (capaces de desarrollarse en la mucosidad y adherirse a la mucosa intestinal, que sean inhibidores de gérmenes oportunistas y patógenos, que estimulen la inmunidad, etc.).
- Se necesita una población bacteriana elevada. Mil millones de bacterias es el mínimo; por debajo de esta cifra, el efecto es prácticamente nulo. Diez mil millones es lo preferible y garantiza una eficacia elevada cuando la flora intestinal está fuertemente desequilibrada. Porque hay que recordar que, a lo largo de su trayecto por el tracto digestivo, las bacterias soportan inhibiciones (pH gástrico, secreción biliar…) que destruirán a las que sean más débiles.
- Se necesita agregar un conjunto de ingredientes que permitan a las bacterias probióticas fijarse y desarrollarse rápidamente en el intestino (calcio, magnesio, manganeso, aminoácidos, lactoferrina y fosfolípidos, dotados cada uno de propiedades particulares).
- El conjunto se debe conservar en forma de polvo liofilizado dentro de sobres estancos, en una atmósfera de nitrógeno, al abrigo de la luz, del oxígeno del aire y de la humedad. Por esta razón los sobres están hechos de tres capas (polietileno, aluminio y polietileno) que garantizan una excelente impermeabilidad evitando el contacto entre las bacterias y el aluminio, que es tóxico. También es posible la presentación en cápsulas pero sólo si éstas son gastrorresistentes.
Las
personas que toman probióticos malgastan cada año cientos de euros simplemente
porque los consumen en el momento equivocado, lo que reduce su eficacia hasta
prácticamente cero.
Y es
que los probióticos se destruyen en gran medida por la acidez del estómago
cerrado, es decir, mientras está produciendo mucho jugo gástrico (rico en ácido
clorhídrico) para la digestión de los alimentos.
Así que
es muy importante tomar los probióticos cuando el estómago está vacío o, dicho
de otra manera, al levantarse por la mañana. En ese momento, el nivel de pH del
estómago es prácticamente neutro. Pero aún más importante: en esos momentos se
encuentra abierta la puerta que cierra el estómago (el píloro), que es el que
impide que la comida pase al intestino antes de ser digerida.
La
forma perfecta de tomar probióticos es diluyendo el producto en polvo en un
vaso de agua templada a unos 35ºC (para reavivar las bacterias, sin matarlas
por el agua muy fría o muy caliente), y después beber el contenido, que
directamente pasará al intestino a través del píloro, que está abierto. Los
probióticos se mantendrán sanos y salvos. Después podrán viajar tranquilamente
por todo el intestino delgado para llegar a su destino, el colon, o podrán
dejar su equipaje, instalarse…y tener muchos hijos.
Como
curiosidad, ahora ya entenderá por qué en India, donde se toma un tipo especial
de leche fermentada denominada lassi, muy rica en probióticos, ésta siempre se
bebe antes de las comidas.
Hoy en
día algunas personas desconfían de los probióticos por una campaña llevada a
cabo contra los fabricantes de yogures con bifidus. Los investigadores se han
dado cuenta, en efecto, de que la flora intestinal de las personas obesas
contiene una cantidad anormalmente elevada de bifidobacterias (bifidus activo).
A
partir de entonces, en internet están circulando mensajes que afirman que los
probióticos se utilizan en las crías de cerdos a nivel industrial con el fin de
engordarlos, y que consumirlos entonces tendría el mismo efecto en las
personas. Pero como en todas las polémicas, la mitad es verdad y la mitad
mentira.
De
hecho, las bacterias de tipo “bifidus” son importantes y beneficiosas para los
lactantes y los niños muy pequeños. Según algunos estudios, los niños alérgicos
a los yogures presentan una flora intestinal menos rica en bifidobacterias que
los niños no alérgicos.
Sin
embargo, si se consumen yogures con bifidus a diario se corre el riesgo de
desequilibrar la flora y favorecer el aumento de peso. Lo mismo ocurre con las
leches fermentadas azucaradas, pero en este caso lo que supone un problema es
el azúcar añadido que contienen estos productos, ya que los niños que lo toman
a menudo corren el riesgo de engordar.
Qué
marca elegir.
En
resumen, estoy convencido de que hace falta buscar un producto que se acerque
lo más posible a los criterios que le he comentado antes, es decir:
- Que conste de al menos cinco cepas bacterianas con rendimientos probióticos contrastados, y cuya concentración se aproxime a los diez mil millones de bacterias por dosis diaria.
- Que contenga prebióticos (oligosacáridos) y los factores de crecimiento (minerales, oligoelementos, vitaminas y aminoácidos) que van a estimular el desarrollo de bacterias probióticas una vez lleguen al colon.
- Que suministre sustancias que participen en la regeneración de la mucosa intestinal (fosfolípidos, lactoferrina, inmunoglobulinas procedentes del calostro, glutamina y vitaminas del grupo B).
- Que se presente en forma de polvo seco, en un sobre estanco en una atmósfera de nitrógeno, con el fin de garantizar una conservación duradera. También es una presentación muy valiosa y cómoda las "DR Caps", un tipo de cápsulas gatrorresistentes, que combinan las ventajas de la presentación en cápsulas con el que sean perfectamente capaces de resistir la acidez del estómago.
- Y sobre todo, que esté fabricado a partir de los ingredientes más biodisponibles, independientemente de lo que cuesten.
Con la
información que acaba de leer, puede acercarse a su establecimiento especializado
de confianza y seguro que le podrán recomendar un buen probiótico. Pero si me
pregunta cuál es el probiótico más completo de los que conozco, la respuesta
es: Probio Forte. Por si fuera de su interés, en este enlace puede encontrar
más información e incluso adquirirlo directamente si lo desea.
¡A su
salud!.
Juan-M
Dupuis y Felipe M. Miller
Artículo original: https://www.saludnutricionbienestar.com/suplementos/probioforte/?id=0494&fromid=WESNB1707PB1
Nota:
Puede ampliar información sobre cómo cuidar y mejorar su flora intestinal en
este otro artículo que envié hace unos meses: "La muerte empieza en el colon".
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