Solemos
creer que cuando un médico enferma enseguida sabe qué medicamento debe tomar o
a qué experto debe acudir para someterse a una operación. Y que, en consecuencia, comienza el tratamiento directamente.
Es su
oficio, lo hace cada día. ¿Por qué iba a perder el tiempo tratándose de sí
mismo?.
Sin
embargo, la mayoría de médicos hace justamente lo contrario: decide esperar.
De
hecho, cuanto más experimentado es el médico, más tiempo se toma. Jamás se
abalanzaría sobre el botiquín, ni correría a la sala de operaciones.
Y es
que durante su larga carrera ha visto cosas particularmente extrañas: personas
que, terriblemente enfermas una mañana, parecían más sanas que una manzana al
día siguiente; dolores que aparecen… y desaparecen con la misma facilidad con
la que han venido; análisis de sangre que presentan índices preocupantes… pero
porque alguien ha cometido un error, o porque el ordenador tiene mal
configurado no sé qué parámetro…
Es
decir, el médico sabe que, si es posible, con frecuencia la mejor solución es
esperar un poco.
La tentación de actuar (demasiado) rápido.
Cuando
alguien lo está pasando mal, se impacienta por ser atendido.
Nada le
parece lo suficientemente rápido; le gustaría empezar a medicarse cuanto antes,
ser operado de urgencia… y se enfada cuando los médicos se toman su tiempo.
Pero
que los médicos esperen para tratarle no tiene nada que ver con la pereza o el
desconocimiento. Se toman su tiempo porque eso es algo fundamental.
Lo
mejor para usted, por su propio bien, es que no siempre le den un medicamento a
la primera de cambio o le operen de urgencia.
A
menudo lo que hay que hacer es asegurarse, esperar a que los síntomas se
confirmen. Y dejar que la evolución de la enfermedad corrobore el diagnóstico y
que el tratamiento contemplado es el adecuado.
Lo
realmente importante es, por tanto, no cometer un error médico irreversible
actuando precipitadamente.
Los
médicos tienen incluso un proverbio para ello, que es el primer artículo del
juramento de Hipócrates: “primum non nocere”, que significa “lo primero es no
hacer daño”.
En
medicina siempre hay que mantener la esperanza de que las aguas pueden volver a
su cauce por sí solas, dejando actuar las fuerzas de autocuración del organismo
sin que haya necesidad de correr el menor riesgo.
Esa es
siempre la solución ideal, ya que el cuerpo es el mejor doctor. Lo que sucede
es que a menudo eso requiere tiempo.
Su
médico no elige entre curarle o que siga enfermo. Al contrario. La elección que
el facultativo debe hacer es la siguiente: “El señor López, ¿tiene más
probabilidades de estar mejor de forma global si le trato, o si le dejo así?”
La
respuesta, por desgracia, no siempre es simple…
Y es
que hay quien cree que salir de la consulta del médico sin una receta bajo el
brazo es sinónimo de no haber sido bien atendido. Los médicos se quejan (muchos
en privado y algunos de ellos públicamente, como hizo la presidenta del Colegio
de Médicos de Murcia) de que hay pacientes que se marchan de la consulta
ofendidos e incluso enfadados tras comunicarles que no deben seguir ningún
tratamiento.
Se
sienten presionados por los pacientes, una presión que, sumada a la falta de
tiempo para explicarles por qué se les prescribe o por qué no, desemboca a
menudo en la sobreprescripción.
Y los
problemas que desencadena la sobremedicación no son pocos ni una cuestión
baladí: resistencia a los antibióticos, inefectividad de ciertos fármacos o
principios activos…
Cochrane
Collaboration publicó hace unos años un estudio para intentar arrojar luz sobre
el terrible problema de la prescripción inadecuada de antibióticos por parte de
los médicos. Y entre las causas una llama poderosamente la atención: “los
pacientes que insisten en tomar antibióticos. Los médicos no tienen el tiempo
suficiente para explicar por qué los antibióticos no son necesarios y, por lo
tanto, los prescriben para ahorrar tiempo”.
Como
ve, el papel que juega el paciente es crucial. Por eso le pido más paciencia,
empatía y amplitud de miras, y confiar más en aquel doctor que no desea
medicarle a la primera de cambio.
Un
pequeño ejercicio para ponerse en la piel de su médico.
Para
ponerse en el lugar de su médico, échele imaginación y haga el siguiente
ejercicio:
Imagine
que es usted un padre o una madre joven. Su hijo de 4 años se levanta en plena
noche llorando porque le duele la tripa. Es la primera vez que le sucede eso.
Al cabo
de una hora, los lloros continúan. La angustia va en aumento. Se pregunta si
debe vestirse y llevar al pequeño a urgencias.
“Ante
la duda, mejor no correr riesgos inútiles”, pensará usted. “Qué más dan el
trabajo y la escuela, ¡vámonos a urgencias!. Nunca se es demasiado prudente”.
Y, sin
embargo… Sin embargo…
Es de
noche y usted está cansado. Además, las carreteras tienen hielo y debe conducir
30 km hasta el hospital.
En la
sala de espera se verá rodeado por una gran multitud de enfermos. Puede que
alguno de ellos tenga alguna enfermedad infecciosa grave, ¡incluso
tuberculosis! No hay forma de saberlo. Nadie puede saberlo.
Además,
el dolor de tripa no es una de las urgencias que se atienden con más apremio,
como sí lo son los accidentes de tráfico o los infartos, por lo que
probablemente tendrá que esperar varias horas antes de que un médico evalúe a
su hijo. Y en el hospital hay cada vez más gérmenes resistentes a los
antibióticos.
Finalmente,
su hijo será examinado por un médico de urgencias de servicio que no le conoce
de nada, ni tampoco a usted. Vista la organización actual de algunos
hospitales, es muy posible que este médico esté extenuado, incluso que no haya
dormido nada desde hace demasiadas horas.
Puede
que se equivoque al examinar a su hijo y le envíe a hacerse una radiografía
porque él tampoco quiere “correr riesgos”. Es decir, que su hijo terminaría
recibiendo una buena dosis de radiación, y lo más probable es que fuera
absolutamente para nada.
A fin
de cuentas, la cuestión que usted se plantea no es “¿debo tratar a mi hijo o
no?”, sino “¿qué es lo mejor para él?”.
¿Qué es
lo más arriesgado?: ¿Mantenerlo un poco más en su cama, con una bolsa de agua
caliente en su vientre, una tisana de hinojo y un buen masaje, a la espera de
que abra de mañana el centro de salud en el que lo verá su pediatra, o salir ya
mismo para urgencias?.
La
elección es difícil; no hay una respuesta obvia ni sencilla.
Pues ése es exactamente el mismo problema con el que con frecuencia se encuentra su
médico cuando es usted el que acude a verle.
Debe
reflexionar acerca de cuál es la mejor entre varias opciones, y ninguna de
ellas es evidente. No hay solución clara o fácil. ¿Hay que tratar ya o…
esperar?.
Prudencia,
sabiduría y sentido común son las palabras clave, pero también es importante
conocer bien las prioridades del paciente.
Estas
son las preguntas que debe hacerse antes de visitar al especialista.
Antes
de ir a ver al médico o al especialista, tómese un tiempo para escribir en una
hoja de papel cuáles son sus problemas, sus objetivos reales y sus inquietudes.
Piense que su médico no sabe cuáles son sus prioridades y, si quiere que las
tenga en cuenta, tendrá que explicárselas usted mismo.
Asimismo,
antes de aceptar un tratamiento, párese a reflexionar e incluso consulte con su
familia o sus amigos para tratar de dar respuesta a estas cuestiones:
- ¿Qué problema me genera más malestar?.
- ¿Es consciente mi médico de ese problema?.
- Este tratamiento, ¿aborda únicamente una enfermedad o ayudará a mejorar mi situación en su conjunto?.
- ¿Tengo la información correcta acerca de las probabilidades que hay de que vaya bien? ¿Y de los riesgos que implica?.
- ¿Estoy seguro de que quiero recibir este tratamiento?. ¿Me arrepentiré si algo sale mal?. ¿Me enfadaré conmigo mismo por haber corrido un riesgo que, en el fondo, ya sabía que no valía la pena?.
- ¿Es realmente urgente actuar?.
- ¿Qué han hecho antes otras personas que se encontraban en mi situación? (Puede preguntar a personas de su entorno si conocen casos similares, o quizá su médico pueda ponerle en contacto con alguna asociación de pacientes).
- Y finalmente (sólo finalmente): ¿dónde y quién me va a operar?
Todo
esto que hoy le cuento no es ninguna teoría: recientemente he vivido de cerca
un caso similar y, desgraciadamente, con un final dramático:
Se
trataba de un pequeño que tenía un problema de corazón. Los médicos quisieron
operarle y murió. Después de su muerte, se supo que los médicos habían
considerado necesaria la operación porque el niño estaba sin aliento, por lo
que no podría hacer ejercicio en el colegio en un futuro.
Pero él
era un gran lector y le gustaba mucho la música. Era en realidad un niño muy
tranquilo. ¡No sería tan grave que no pudiese hacer deporte en la escuela!. Si
sus padres hubiesen sabido que iban a poner su vida en peligro sólo por eso,
habrían rechazado la operación, y quizá hoy el pequeño seguiría vivo.
Es
obvio que no es fácil tomar las decisiones correctas, y menos cuando se trata
de algo tan importante como la salud. Por eso con mi mensaje de hoy quiero
hacer hincapié en que a veces la peor de las decisiones es precipitarse, y
también que se debe permitir al médico sopesar con tranquilidad cada caso,
incluso si la decisión final es no actuar.
Luis
Miguel Oliveiras
Artículo original: https://www.saludnutricionbienestar.com/enfermedades-urgente-esperar/
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Fuentes empleadas por el autor:
- Isabel Montoya, presidenta del Colegio de Médicos de Murcia, en el artículo “Desconocimiento generalizado sobre los antibióticos”. AZprensa. Noviembre, 2016.
- “Los médicos de familia advierten a ciudadanos y profesionales de la necesidad de moderar el consumo de antibióticos para garantizar su eficacia”. Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC). Noviembre, 2012.
- Arnold SR, Straus SE. “Intervenciones para mejorar las prácticas de prescripción de antibióticos en la atención ambulatoria (Revisión Cochrane traducida)”. En: La Biblioteca Cochrane Plus, 2008 Número 4. Oxford: Update Software Ltd. Disponible en: http://www.update-software.com. (Traducida de The Cochrane Library, 2008 Issue 3. Chichester, UK: John Wiley & Sons, Ltd.).
Las
informaciones contenidas en este artículo y en otros sobre salud se publican únicamente con fines
informativos y no pueden ser consideradas como recomendaciones médicas
personalizadas. No debe seguirse ningún tratamiento basándose únicamente en el
contenido de este artículo, y se recomienda al lector que para cualquier asunto
relacionado con su salud y bienestar, consulte con profesionales sanitarios
debidamente acreditados ante las autoridades sanitarias.
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