viernes, 14 de agosto de 2015

Trabajo y/o familia

Derechos familiares de las personas y derechos sociales de las familias.
Comisión Permanente HOAC* @hoac_es

"El cada vez más difícil acceso a un trabajo digno se ha convertido en un gran obstáculo para la vida de las familias, con graves consecuencias para las personas y para la sociedad".

La HOAC considera que esta situación es una de las manifestaciones más importantes del empobrecimiento y la vulnerabilidad que padece el mundo obrero y del trabajo.
Las dificultades para la vida familiar han aumentado y el empobrecimiento se han extendido de forma alarmante.  Por eso, más que nunca es esencial la afirmación de esos derechos familiares de las personas y de los derechos sociales de las familias, lo que implica luchar por un trabajo digno que posibilite y no obstaculice la vida y la función de las familias, lograr una relación más armónica y «más conforme a la realidad» entre trabajo y familia.
En el contexto y en la perspectiva del Sínodo de los Obispos sobre la Familia, del próximo octubre, ofrecemos esta aportación para reflexionar sobre cómo podemos ayudar a construir las condiciones que hagan posible la vida familiar.  Queremos que nos ayude a crecer en nuestras prácticas en defensa de la vida familiar al servicio de las personas y de la sociedad.  Y la ofrecemos como un medio para la reflexión, personal y en grupo concreta de las familias del mundo obrero y del trabajo.

1.- Una situación difícil para muchas familias.

La experiencia cotidiana en la realidad del mundo obrero y del trabajo nos muestra que muchas familias trabajadoras están atravesando una difícil situación que tiene mucho que ver con el profundo deterioro del empleo, por condiciones laborales cada vez más precarias o por la exclusión del empleo.  La privación de un trabajo digno está dañando gravemente a muchas familias trabajadoras.
El reciente Sínodo extraordinario de los Obispos (octubre de 2014), dedicado a la familia, ha constatado este hecho, que volverá a ser tratada en el próximo Sínodo ordinario.  Algunos párrafos de los documentos de trabajo sirven de punto de partida, pues expresan muy bien lo que es la experiencia y el sufrimiento de muchas familias, así como también el desafío que esto supone para la sociedad y para la Iglesia.

En la «Relación», de las conclusiones, del Sínodo se afirma:
«Existe también una sensación general de impotencia ante una situación socioeconómica que a menudo acaba aplastando a las familias.  Ello se debe a la pobreza y a la precariedad laboral crecientes, que se viven a veces como una auténtica pesadilla (…)  Con frecuencia las familias se sienten abandonadas por el desinterés y la poca atención que les prestan las instituciones.  Las consecuencias negativas desde el punto de vista de la organización social son evidentes: desde la crisis demográfica hasta las dificultades educativas, desde la dificultad para acoger la vida naciente hasta la percepción de la presencia de los ancianos como un peso y la difusión de un malestar afectivo que, en ocasiones, llega a la violencia.  Es responsabilidad del Estado crear las condiciones legislativas y laborales para garantizar el porvenir de los jóvenes y ayudarles a realizar su proyecto de fundar una familia» (n. 6).

Y en el Instrumento de Trabajo del Sínodo:
«Las familias no son sólo una entidad que el Estado debe proteger, sino que deben recuperar su papel como sujetos sociales.  En este contexto, son numerosos los desafíos para las familias: la relación entre la familia y el mundo del trabajo, entre la familia y la educación, entre la familia y la salud; la capacidad de unir entre ellas a las generaciones, a fin de que jóvenes y ancianos no sean abandonados» (n. 34).
«Es unánime la referencia al impacto de la actividad laboral en los equilibrios familiares.  En primer lugar, se registra la dificultad de organizar la vida familiar común en el contexto de una repercusión dominante del trabajo, que exige de la familia cada vez mayor flexibilidad.  Los ritmos de trabajo son intensos y en determinados casos extenuantes; los horarios son a menudo demasiado largos y a veces se extienden incluso al domingo: todo esto resulta un obstáculo a la posibilidad de estar juntos.  A causa de una vida cada vez más convulsa, son raros los momentos de paz e intimidad familiar (…)  A lo que se añade la repercusión… de los efectos producidos por la crisis económica y por la inestabilidad el mercado de trabajo.  La creciente precariedad laboral, junto con el crecimiento del desempleo, y la consiguiente necesidad de desplazamientos cada vez más largos para trabajar, tiene graves consecuencias sobre la vida familiar, produce –entre otras cosas– un debilitamiento de las relaciones, un progresivo aislamiento de las personas con el consiguiente aumento de la ansiedad» (n. 70).
«En diálogo con el Estado y con las instituciones públicas, se espera de parte de la Iglesia una acción de apoyo concreto para un empleo digno, para salarios justos, para una política fiscal en favor de la familia, así como la activación de una ayuda para las familias y los hijos.  Se señala al respecto, la falta frecuente de leyes que tutelen a la familia en el ámbito del trabajo y, en particular, a la mujer-madre trabajadora» (n. 71).

Hay dos cosas especialmente importantes y graves en esta situación:
  1. El sufrimiento de muchas familias.  Necesitamos fijarnos en el dolor y el desastre humano de esta situación y
  2. La negación de algo esencial: una vida familiar que acompañe y cuide la vida de las personas, que pueda hacer real y efectivo el crecimiento humano de cada persona.
«Hay que favorecer un contexto social, que garantice, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar a los hijos».

2.- ¿Qué nos está pasando?.

En la raíz de la difícil situación de muchas familias trabajadoras está un hecho que el papa Francisco denuncia:
«Dios quiso que en el centro del mundo no hubiera un ídolo, sino el hombre y la mujer, para que saquen adelante, con su trabajo, el mundo.  Pero ahora, en este sistema sin ética, en el centro hay un ídolo, y el mundo se ha convertido en idólatra de este «dios-dinero».

La situación actual es una consecuencia de «…¡la negación de la primacía del ser humano!… la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano».
En el funcionamiento de nuestra economía, determinante en nuestro modelo social, la persona no es lo primero, en el trabajo la persona no es lo primero.  Su lugar lo ha ocupado el ídolo de la rentabilidad.  Los trabajadores y trabajadoras han sido convertidos en instrumentos de un ídolo que exige sacrificios humanos.
Por eso, el papa Francisco planteó en el Parlamento Europeo que en el cambio que necesitamos es esencial situar en el centro de todo la sagrada dignidad del ser humano y la afirmación práctica de los derechos de las personas: «Ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana», porque «el ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que… cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo, se la descarta sin tantos reparos».
Y al referirse, a la necesidad de crear las condiciones sociales que hagan posible el desarrollo de la centralidad de la persona, se refirió a dos ámbitos básicos y estrechamente vinculados entre sí para promover el reconocimiento de la dignidad de la persona: la familia y el trabajo:
«El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad».
«El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo.  Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo.  Esto implica, por un lado, buscar nuevos medios para compaginar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar a los hijos».

El cuidado es una necesidad radical de toda persona, porque el amor que expresa el cuidado es lo que nos humaniza.  Sin una estructura de acogida el ser humano no puede desarrollarse.  En el cuidado de unos hacia otros es donde se manifiesta de forma privilegiada el profundo sentido del valor propio e insustituible de cada ser humano.
En la realidad social podemos crear, y de hecho hemos creado como fruto de una mayor conciencia de la dignidad humana, espacios y medios diversos para cuidar la vida y posibilitar su desarrollo.  Por ejemplo, los servicios educativos, sanitarios, de pensiones, de prestaciones sociales, las leyes que protegen derechos laborales, etc.  Pero hay dos esferas de acogida y cuidado de la vida que son los más básicos y fundamentales:
  1. La primera esfera de acogida y cuidado de todo ser humano es el seno materno.
  2. La segunda es el entorno familiar, el hogar, un entorno afectivo e incondicional donde la persona se sabe acogida incondicionalmente, por lo que es.
Son dos esferas son frágiles que debemos cuidar y atender. Sin embargo, en nuestro modelo laboral, se penalizan esas dos esferas porque se perciben como costes, como «cargas».  Así, vemos cómo en muchas ocasiones las mujeres tienen que elegir entre maternidad o empleo.  Y vemos cómo se penaliza la familia, porque se desean individuos, ya que la vida familiar es considerada una «carga».

La crisis ha agudizado esta situación en las familias:
  1. En primer lugar, porque siguen presentes los mismos problemas que ya existían antes, con horarios y una movilidad laboral que dificulta seriamente la vida familiar, más incluso que antes por la amenaza y el miedo de perder el empleo.
  2. En segundo lugar, porque el paro y la extrema precarización del empleo les han privado de recursos para una vida digna.
  3. En tercer lugar, porque muchas familias trabajadoras se han visto abocadas a una situación de exclusión o muy próxima a ésta.
  4. Y en cuarto lugar, porque se han reducido y recortado aún más las prestaciones y servicios sociales.
Las familias necesitan de un trabajo digno y de unas prestaciones y servicios sociales que posibiliten y faciliten la vida familiar.  Por eso, las personas tenemos derecho al trabajo digno y a derechos sociales.  Y, consecuentemente, la sociedad, la responsabilidad de hacer posibles esos derechos.  Y para servir al bien común, el Estado tiene la responsabilidad de garantizar el ejercicio de esos derechos.
El cuidado es una necesidad radical de la persona porque expresa lo que nos humaniza.

3.- Los derechos familiares de las personas y los derechos sociales de las familias.

Las personas no somos individuos aislados, sino seres singulares y comunitarios.  Somos en nuestra relaciones con los demás y nuestro yo se va forjando y desarrollando en nuestras relaciones con los otros.  Es esencial mirar los derechos de las personas también desde la perspectiva de la vida familiar, como el ámbito más básico para el desarrollo de nuestra humanidad.
El cuidado de la vida significa, entre otras cosas, que las personas, por el hecho de serlo, tenemos unos derechos familiares y las familias unos derechos sociales.  Unos y otros son los que hacen posible las condiciones básicas de desarrollo de la vida humana.
Si son derechos vinculados a la dignidad de las personas reclaman su reconocimiento y, por tanto, son una responsabilidad que todos debemos atender para que los derechos se hagan efectivos.

3.1.- LOS DERECHOS FAMILIARES DE LAS PERSONAS.
  1. El derecho a un entorno familiar adecuado, por tanto, el derecho a formar una familia y a desarrollar la vida familiar.
  2. El derecho a la propiedad, es decir, a los bienes que permiten el desarrollo de la vida familiar y que hacen posible una vida libre, digna y que permite desarrollar un proyecto de vida.
  3. El derecho a ser lo que cada persona es en la familia: madre, padre, hijo/a, abuelo/a.
  4. El derecho a educar a los hijos y el de los hijos a la educación.
  5. El derecho a cuidar a los ancianos y el de los ancianos a ser cuidados.
  6. El derecho a cultivar las relaciones de pareja y todas las demás relaciones familiares.
  7. El derecho a cultivar la propia vocación, la singularidad de cada persona.
  8. El derecho a un trabajo compatible con la vida y la situación familiar.
  9. El derecho a desarrollar un compromiso en la vida social y política, a contribuir a la construcción de la vida social.
  10. El derecho a no ser penalizado de ninguna manera por el ejercicio de estos derechos.
3.2.  LOS DERECHOS SOCIALES DE LAS FAMILIAS.
  1. El derecho al trabajo y a que la organización del mismo se subordine a las necesidades de la vida familiar, facilitándola.
  2. El derecho a un salario familiar o a unos ingresos que hagan posible el desarrollo de la vida familiar.
  3. El derecho a una red de servicios sociales que garanticen el acceso a los bienes básicos de la vivienda, la educación, la sanidad…
  4. El derecho a la protección social que atienda las necesidades de los miembros de la familia en caso de maternidad-paternidad, desempleo, enfermedad, jubilación…
  5. El derecho a recibir la ayuda social necesaria que garantice el ejercicio de los derechos familiares de las personas.
  6. El derecho a la participación y el protagonismo de la familia en la vida social y política.
4.- ¿Qué podemos hacer?.

4.1.  Cambiar de forma de pensar: reconocer el valor de la familia para la vida de las personas y de la sociedad.

Colaborando al cambio de mentalidad, pasando de una consideración individualista de las necesidades de las personas a otra consideración comunitaria de ellas y, en particular, a contemplar las necesidades de las personas desde la perspectiva de la vida familiar, de las familias.
Para ello es fundamental crecer en conciencia de lo que significa que la familia es la primera sociedad humana, el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y personalización de la sociedad, ámbito capaz de sacar a la persona del anonimato, de mantenerla consciente de su dignidad, de enriquecerla en humanidad y de insertarla activamente en la construcción de la vida social.  Las personas y las propias familias reconocer la función insustituible de la familia.  La familia es un bien precioso a proteger, promoviendo las condiciones adecuadas para que pueda ejercer sus funciones al servicio de las personas y de la sociedad.
Tiene mucho valor el crear o promover ámbitos donde podamos hablar de la situación de las familias, de sus necesidades, de sus problemas, profundizar en cómo realizar mejor las funciones, compartir experiencias, buscar caminos para facilitar la vida familiar…

4.2.  Promover la conciencia social de los derechos familiares de las personas y de los derechos sociales de las familias.

Es necesario promover la conciencia social de los derechos familiares de las personas y de los derechos sociales de las familias.  Avanzar en que esos derechos sean considerados como derechos fundamentales y que se les dé socialmente la importancia que merecen.
Es fundamental colaborar a difundir esos derechos; buscar caminos para concretarlos en cada realidad; convertirlos en reivindicaciones concretas ante las instituciones públicas; asumir nuestra responsabilidad en promoverlos, defenderlos y reivindicarlos; promover que las diversas organizaciones sociales los vayan asumiendo; animar que se luche por ellos desde las organizaciones sindicales, sociales, políticas…
Es muy importante convertir esos derechos en objetivos sociales, en reivindicaciones concretas, incorporarlos como algo importante a la tarea de las organizaciones sociales.

4.3.  Reivindicar verdaderas políticas familiares.

Es fundamental reivindicar ante las instituciones públicas la práctica de políticas dirigidas a garantizar el ejercicio efectivo de los derechos familiares de las personas y de los derechos sociales de las familias.
Debemos exigir que las políticas fiscales y presupuestarias estén orientadas a facilitar la vida de las familias, en particular de las familias en situación de pobreza y exclusión, como un derecho básico y fundamental de las personas.

4.4.  Defender los derechos sociales.

Defender los derechos sociales de los trabajadores, de las familias trabajadoras, es un deber de justicia.  Lo exige la dignidad de las personas, el bien de la sociedad y, en particular, las necesidades de los empobrecidos.
Para ello necesitamos extender algunas convicciones y prácticas:
  1. Existen recursos suficientes para financiarlos.  No es que no existan sino la opción política elegida ha sido la de dedicar más recursos sociales a la acumulación de riqueza en lugar de responder a las necesidades sociales.
  2. Son una prioridad porque son indispensables para la libertad de las personas, en particular de los empobrecidos.  Significan la defensa de la dignidad de las personas y crean condiciones para desarrollar humanamente la vida personal, familiar, social.
  3. Necesitan de servicios públicos suficientes, no pueden ser privatizados ya que significa someterlos a la lógica del negocio y provocar mayores desigualdades e injusticias.
  4. Requieren políticas fiscales justas que redistribuyan de manera equitativa la riqueza y favorezcan la corresponsabilidad y honradez de todos la ciudadanía.
  5. Están ligados a la dignidad de toda persona.  No son derechos que emanen de tener o no un empleo, de haber nacido en un lugar u otro, pertenecen a todo persona por el hecho de serlo.
4.5.  Defender el trabajo digno.

El derecho de toda persona capaz a un trabajo (no sólo al empleo, que es trabajo asalariado, sino a realizar una actividad útil socialmente) y a un trabajo realizado en condiciones dignas de la persona, que es siempre el sujeto del trabajo.  La forma en que trabajan muchos hombres y mujeres es un obstáculo para la vida familiar.  La defensa del trabajo digno es esencial para la realización de las personas y de las familias.
Hoy se están negando en el trabajo (particularmente en el empleo) principios básicos de humanidad.
Principios que la Doctrina Social de la Iglesia subraya insistentemente:
«El conjunto del proceso productivo debe (…) adaptarse a las necesidades de la persona (…) de su vida familiar».
«El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar (…)  Se debe reconocer y afirmar que la familia constituye uno de los punto de referencia más importantes según los cuales debe formarse el orden socio-ético del trabajo humano».
«La realización de los derechos del hombre del trabajo no puede estar condenada a constituir solamente un derivado de los sistemas económicos, los cuales (…) se dejen guiar sobre todo por el criterio del máximo beneficio.  Al contrario, es precisamente la consideración de los derechos objetivos del hombre del trabajo (…) lo que debe constituir el criterio adecuado y fundamental para la formación de toda la economía»

Entre otras cosas, defender el trabajo digno significa:
  1. Romper la actual lógica de pensar y organizar el trabajo desde las exigencias de la economía y la de adoptar las decisiones políticas desde la adaptación forzada de los trabajadores a la lógica económica.  Necesitamos plantearnos las cosas en sentido contrario: ¿qué funcionamiento de la economía es necesario para que en ella el trabajo pueda ser el instrumento de comunión y realización humana que está llamado a ser?  Y lo mismo en las decisiones políticas: ¿qué decisiones políticas son necesarias para que el trabajo pueda realizarse en condiciones dignas para el ser humano y que colaboren a la libertad, la solidaridad y la fraternidad entre las personas?.
  2. Plantear el sentido y el valor del trabajo más allá del empleo: necesitamos el reconocimiento del valor que para las personas y para la sociedad tienen muchos trabajos que no son empleos y que, precisamente por ello, sufren una minusvaloración social que, en demasiadas ocasiones, es también una minusvaloración social de las personas que los realizan.  Un ejemplo muy claro lo tenemos en el cuidado del hogar y la vida familiar; o también en la dedicación para que funcionen las organizaciones sociales, cívicas, educativas…  Necesitamos ordenar el trabajo –tanto el que es empleo como el que no– para responder a las necesidades humanas.  Y necesitamos liberar tiempo para construir relaciones en las que el trabajo de unos puesto al servicio de los otros no esté regido simplemente por relaciones mercantiles, sino por la gratuidad, la solidaridad y los intercambios voluntarios de dones y capacidades.
  3. Luchar por condiciones dignas de empleo: Tener o no tener empleo depende cada vez más del grado de sumisión que la persona está dispuesta a aguantar.  Sin afirmar los derechos de las personas en el empleo no es posible humanizar el trabajo.  La acción sindical y las políticas laborales son fundamentales en este sentido y necesitan priorizar la situación de los trabajadores más vulnerables y empobrecidos.
  4. Articular de forma humanizadora el trabajo y el descanso: frente a la lógica que nos hace vivir para trabajar y consumir, necesitamos construir la lógica de trabajar y consumir para vivir.  Esto implica que hemos de conquistar tiempo y espacio para hacer posible la vida y el cuidado de la vida.  Necesitamos igualmente romper la dinámica de que el tiempo libre esté, en gran medida, organizado por el consumismo.  Necesitamos convertir el descanso en tiempo personal y comunitario de contemplación de nuestra vida, de comunión, de celebración, de gratuidad…, desde el que cobre sentido el conjunto de nuestra existencia.  Todo esto es esencial para la vida familiar.
  5. Luchar por la defensa y extensión de los derechos sociales: hay que subrayar que el reconocimiento efectivo de los derechos sociales es una condición fundamental para liberar el trabajo de la esclavitud economicista a la que está sometido.  Son un elemento decisivo para la libertad de las personas y, especialmente, para la libertad ante el empleo y las condiciones en que se realiza.
  6. Desvincular derechos sociales y empleo: es necesario desvincular progresivamente el reconocimiento efectivo de los derechos sociales del empleo.  De lo contrario, empleo precario y desempleo supondrán cada vez más derechos sociales más precarios.  Para liberar el empleo de la esclavitud economicista es necesario caminar hacia la garantía universal de todos los derechos sociales, con independencia del empleo de las personas y de su contribución individual a las prestaciones.  Pensemos, por ejemplo, lo que supone para las futuras pensiones en empleo tan precario y el desempleo que hoy sufren tantos jóvenes: ¿qué pensiones de jubilación tendrán de mantenerse la actual tendencia?.  En la desvinculación entre derechos sociales y empleo es necesario contemplar el asegurar socialmente una renta para todas las personas y familias, porque hoy el salario, sujeto al empleo escaso y precario, en muchos casos ya no puede cubrir las necesidades básicas de todas las personas y familias.
4.6.  Asumir la responsabilidad social en la defensa y promoción de las familias.

Todos debemos asumir nuestra responsabilidad en la defensa y promoción de la función insustituible de las familias, implicándonos activamente en todo lo que hemos señalado anteriormente.  Sin asumir esa responsabilidad los derechos no son posibles.
Pero es igualmente importante otra cosa: construir desde la sociedad experiencias de solidaridad, de comunión, de otra manera de vivir, de otra forma de situarnos ante el ocio, el consumo responsable, el cuidado de la naturaleza, de colaboración y apoyo entre las familias.  No podemos contentarnos con ser simplemente «reivindicadores» ante las instituciones públicas.  Sin dejar de hacerlo, es necesario también que asumamos la responsabilidad de construir desde la iniciativa social nuevas formas de relacionarnos.  El protagonismo de las familias trabajadoras es esencial en este sentido.

«La familia cristiana está llamada a ofrecer a todos el testimonio de una entrega generosa y desinteresada a los problemas sociales»

5.- Una tarea propiamente eclesial.

Todo cuanto hemos planteado en el apartado anterior para avanzar hacia la afirmación práctica de los derechos familiares de las personas y de los derechos sociales de las familias es una tarea de toda la sociedad.  Pero es también una tarea propiamente eclesial.  Los cristianos y las comunidades eclesiales estamos llamados a implicarnos activamente en todo ello, a asumir nuestra responsabilidad en el necesario cambio de mentalidad, en la reivindicación de políticas familiares, en la defensa de los derechos sociales y de un trabajo digno, en promover y participar en iniciativas concretas de otras formas de vivir.  Es un camino necesario para la evangelización, para acoger la permanente llamada del Evangelio de Jesucristo al cuidado de la vida.
Involucrándonos en las tareas y caminos que hemos señalado en el apartado anterior, hay tres aspectos que son especialmente importantes para avanzar en ser comunidades eclesiales más y mejor al servicio de las personas y familias:
  1. Proponer la visión cristiana de la familia y de su servicio al cuidado de la vida.  Aprender vitalmente a mirar y valorar la realidad de las familias trabajadoras a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, compartiendo con otros esa manera de mirar y valorar.
  2. Crear y cuidar espacios abiertos en nuestras comunidades eclesiales donde podamos compartir, reflexionar, orar… la realidad concreta de las familias trabajadoras.
  3. Ofrecer un testimonio comunitario de entrega y servicio a las necesidades de las personas y familias, de servicio a la causa de la justicia que reclama la situación de los pobres, de tantas familias trabajadoras empobrecidas.  Y en ello es fundamental, también, el testimonio de las familias cristianas: «La familia cristiana está llamada a ofrecer a todos el testimonio de una entrega generosa y desinteresada a los problemas sociales, mediante la “opción preferencial” por los pobres y los marginados».  Por ello es también llamada, desde la Doctrina Social de la Iglesia, a formar su conciencia sociopolítica como dimensión esencial de la vivencia de la fe en Jesucristo, a conocer e implicarse en la realidad.
Nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos eclesiales, etc., necesitamos responder más y mejor a llamadas como las que nos hacen estas afirmaciones de la Iglesia:
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.  Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón».

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