Thierry Souccar,
prácticamente desconocido en España hasta hacer un par de años, es toda una
celebridad en Francia y en otras partes del mundo, donde lleva más de 20 años
diciendo alto y claro verdades absolutas sobre los alimentos y la nutrición. Gracias a sus libros (más de una decena) y también a su
presencia constante en medios de comunicación franceses (como en Sciences et Avenir o Le Nouvel Observateur), su nombre se ha convertido en una pieza clave
de la revolución de la nutrición moderna. No tiene más que teclear su nombre en
Google y podrá comprobarlo.
En
España ya tiene una legión de fans (los lectores de Los Dossiers de Salud, Nutrición y Bienestar). Acaba de publicar un nuevo libro, “La meilleure façon de manger” (La mejor forma de comer), todavía sin traducir al español, una
síntesis de las recomendaciones nutricionales que funcionan, dirigido en igual
medida a quienes no saben nada de nutrición y desean comer sano o que su familia
s e alimente de forma saludable, pero también a los conocedores e incluso
profesionales de la salud. Reproducimos a continuación una entrevista que ha
concedido, de la que usted extraerá algunas pistas interesantes para su propia
salud.
PREGUNTA:
Después de tantos años dedicado a denunciar conflictos en materia de nutrición,
¿tiene la sensación de que las cosas han cambiado para las autoridades
sanitarias?.
THIERRY
SOUCCAR: En un mundo perfecto, donde las recomendaciones nutricionales de las
administraciones públicas reflejasen a la perfección los conocimientos
científicos y su evolución, este libro no sería necesario. De hecho, la primera
edición de 2008 se publicó precisamente porque había una falta de información
fiable por parte de las autoridades sanitarias. Y si esta nueva edición está
viendo la luz, es precisamente porque el problema sigue igual. Entre una
edición y otra hemos actualizado nuestras recomendaciones, precisamente porque
el conocimiento mismo también ha evolucionado (por ejemplo, en cuanto a los
ácidos grasos). Por lo tanto, las lagunas entre los consejos que dan las
administraciones públicas y los datos científicos son cada vez mayores. La
situación es intolerable.
¿Por
ejemplo?.
T.S.:
Evidentemente, no todo lo que se dice en los consejos nutricionales oficiales
es inservible: aumentar el consumo de frutas y verduras, disminuir el azúcar y
la sal... todos estamos de acuerdo en eso pero, hoy en día, es como descubrir
el Mediterráneo. Sin embargo, seguir diciendo a personas sedentarias que es
necesario comer pan, pasta y patatas a diario, es desconocer la fisiología
humana. Los almidones son importantes, y tienen reservado un lugar en nuestra
alimentación, pero siempre que sean de digestión lenta (lo que no ocurre con la
mayoría de las féculas, que es lo que se suele recomendar) y que las cantidades
consumidas estén adaptadas al nivel de actividad física realizada. De no ser
así, actúan como los azúcares que las propias autoridades recomiendan evitar.
Y en
cuanto a los productos lácteos, ¿han cambiado las cosas?.
T.S.:
Ese tema es el mayor ejemplo de delirio y negación absoluta, heredado de la
industria agroalimentaria, según el cual debemos consumir lácteos de tres a
cuatro veces al día, durante toda nuestra vida, para prevenir las fracturas.
Ningún investigador serio podría defender hoy en día tal recomendación. Yo,
junto a otros profesionales, he aportado pruebas de que esto es totalmente
falso. Pero, una vez más, eso no quiere decir que los lácteos deban eliminarse
sistemáticamente. En el libro “La mejor forma de comer” lo que decimos es que,
si se toleran bien y no tenemos problemas con la lactosa y las proteínas
lácteas, podemos consumirlos, pero con moderación y eligiendo preferiblemente
productos de pequeños mamíferos y de tipo biológico. En cualquier caso, los
lácteos no son absolutamente indispensables.
Pero
que esas sean las recomendaciones oficiales no es tan grave, ya que nadie está
obligado a seguirlas. Podemos basarnos en su libro o en otras fuentes de
información.
T.S.:
Cierto, pero sería olvidar que las recomendaciones oficiales se imponen en los
restaurantes públicos (comedores escolares, albergues y residencias de
ancianos, etc.). Sería olvidar también que se estudian en las escuelas donde se
forma a profesionales de la dietética, que son trasladadas luego a los
pacientes por sus médicos, que se promocionan en los medios de comunicación y
en la publicidad (con financiaciones importantes, pagados con nuestros
impuestos) y, sobre todo, que la industria alimentaria las aplica al pie de la
letra precisamente para poder contar con la aprobación de las autoridades. Esto
conduce a una serie de aberraciones como las que se ven cada día en los
estantes de los supermercados; por ejemplo quesos especialmente pensados para
los niños donde se han disminuido las llamadas grasas saturadas y aumentado el
contenido en calcio, principalmente mediante fosfatos de calcio, cuando es un
tipo de aditivos que preocupa a los investigadores.
¿Tiene
la sensación de que la calidad de los productos mejora?.
T.S.:
Es muy dispar. Algunas empresas de alimentación han hecho grandes esfuerzos
para ofrecer productos con menos aditivos. Otras han emprendido una huida hacia
delante, bien para adherirse a las recomendaciones obsoletas de las administraciones
públicas, bien para contentar a sus departamentos de marketing. Sobre todo, lo
que es inaceptable es la poca transparencia que rodea a los procesos de
fabricación y a los productos acabados. La elaboración de los alimentos se
realiza lejos del alcance del público, que no sabe cómo se elaboran los
productos que come a diario y que, por ejemplo, en el caso de las compotas,
quedaría asombrado. El etiquetado es también muy confuso. No siempre se conoce
el contenido en sal, el índice glucémico, la cantidad de fosfatos y de
aluminio, etc. Sería más interesante y más fiable poner semáforos tricolor en
los envases.
Sus
artículos y sus libros, que antes estaban en total oposición a lo que se leía
habitualmente, y que han sufrido críticas muy duras, van camino de convertirse
en obras de referencia. ¿Una buena señal?.
T.S.:
Bueno, es una satisfacción saber que se ha aportado un punto de vista objetivo
en cuestiones delicadas, ya sea sobre la atrazina (herbicida artificial), el
bisfenol A (compuesto orgánico presente en muchos envases de plástico), el
aluminio, el BCG (vacuna contra la tuberculosis), el dopaje con EPO (hormona
eritropoyetina, que sirve para estimular la producción de glóbulos rojos) en el
ciclismo y, por supuesto, el azúcar, la sal, los productos a partir de cereales
procesados, los productos lácteos, la vitamina D, la creatina, etc. Como al
publicarlo vamos contracorriente, es normal sufrir ciertas consecuencias.
Hoy en
día parece muy claro pero, cuando publiqué un artículo sobre el azúcar en
Sciences et Avenir en la década de los 90 con datos inéditos sobre obesidad y
diabetes, las administraciones públicas seguían afirmando que la idea de que el
azúcar engorda “es una creencia popular extendida que no tiene ninguna base
científica”. Tras la publicación de mi artículo, algunos médicos me escribieron
para decirme que estaba muy equivocado y que confundía al público. Todos
estaban relacionados con la industria alimentaria.
Lo
mismo ocurrió cuando en 1997 escribí que los alimentos refinados agravan la
epidemia de diabetes, que las cremas solares no previenen el melanoma, o
incluso que el aluminio está relacionado con el alzhéimer. ¡Te tratan como un
irresponsable, como enemigo de la salud pública!. Cuando empecé a decir en la
prensa que los productos lácteos no prevenían las fracturas y que aumentaban el
riesgo de padecer cáncer de próstata, algo que ya se ha confirmado, el
Ministerio de Salud de Francia publicó un documento oficial en el que
aseguraba, y cito textualmente, que “quienes pretenden afirmar que existe una
relación entre los lácteos y el cáncer, no son más que gurús pseudocientíficos
a los que hay que combatir con especial urgencia”. Esto sucedió en 2003.
Las
grasas trans siempre están metidas en polémicas. ¿Podría recordarnos para qué
sirven estos ácidos grasos y en qué sentido son nocivos?.
T.S.:
Los ácidos grasos trans (AGT) se obtienen de grasas parcialmente hidrogenadas:
se toman grasas vegetales poliinsaturadas (aceite de girasol, de cártamo, etc.)
y se combinan con hidrógeno y un catalizador como el níquel, que las transforma
en grasas sólidas. Estas grasas se usan mucho en la industria alimentaria
porque se conservan bien y se prestan al procesamiento, al ser sólidas a
temperatura ambiente y poder recalentarse varias veces sin degradarse. Pero el
equipo de mi amigo Walter Willett, de Harvard, fue el primero en demostrar hace
20 años que los AGT son tóxicos, proinflamatorios y proaterógenos (los agentes
que favorecen el proceso arterioscrerótico a través de la creación de las
placas de ateroma). Hoy en día hay preocupación por las grasas trans, pero lo
cierto es que siguen en nuestros platos.
En su
opinión, si no comemos productos industriales, ni gluten, ni productos lácteos,
si aumentamos el consumo de frutas y verduras, comemos poca carne, consumimos
pescado y huevos con regularidad, y sólo con aceites de calidad, ¿qué otro
aspecto de la alimentación convendría controlar?.
T.S.:
Añadiría los productos biológicos, claro está, sobre todo si comemos mucha
fruta y verdura. También tomar alimentos fermentados, que podemos elaborar
nosotros mismos y que ayudan a la salud del microbioma (conjunto de
microorganismos del cuerpo humano), a pesar de que apenas estamos empezando a
conocerlos. Y habría que reservar un lugar para los alimentos que son fuente de almidón, en función del gasto energético. Me refiero a los almidones no
procesados, no refinados y de índice glucémico de bajo a moderado, como la
batata o el taro. También creo que todos deberíamos tomar diariamente un
complemento de vitaminas y minerales en dosis de bajas a moderadas. En cuanto
al gluten y los productos lácteos, sin duda podemos eliminarlos; no son
indispensables, pero muchos de nosotros preferimos limitarlos a dosis
moderadas. ¡Ya está!.
Autor del artículo: Juan-M. Dupuis
PARA AMPLIAR:
Además de los espacios-web a los que se puede acceder pinchando sobre los términos mencionados a lo largo del artículo proponemos los siguientes:
Autor del artículo: Juan-M. Dupuis
PARA AMPLIAR:
Además de los espacios-web a los que se puede acceder pinchando sobre los términos mencionados a lo largo del artículo proponemos los siguientes:
PARA LA REFLEXIÓN EN FAMILIA:
- ¿En qué nos hace pensar esta entrevista realizada a Thierry Souccar?.
- ¿Qué otros autores y publicaciones, libros o webs conocemos que van en esta misma línea de fomentar una alimentación más sana y acorde con el respeto a nosotros mismos, a nuestro entorno natural y basada en comprobaciones científicas?.
- Si ya estamos siguiendo las recomendaciones de los "dossiers de Salud, Nutrición y Bienestar" ¿qué beneficios estamos observando a fecha de hoy desde que iniciamos los cambios que nos propusimos?.
- ¿Qué recomendaríamos al respecto a cualquiera que quiera mejorar su salud a través de una mejor alimentación?.
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