Su
ingrediente estrella, el cycloastragenol, está presente en las raíces del
astrágalo en cantidades infinitesimales. Hacen falta varias decenas de kilos de
raíces para extraer unos pocos gramos. Y para obtener un extracto de calidad es
necesario utilizar astrágalo cultivado en unas condiciones muy particulares,
extraerse a los dos años para que estén cargadas de sustancias activas y
atravesar un proceso de extracción y purificación largo y costoso.
El
resultado es una sustancia mucho más cara que el oro o que cualquier piedra
preciosa. Pero es lo más parecido que existe hoy día a la fórmula de la eterna
juventud, capaz de actuar en el núcleo mismo de las células y retardar el
envejecimiento.
Conozca
a fondo cómo actúa esta formulación, que desafortunadamente hoy no está al
alcance de todo el mundo.
Y
usted, ¿querría que su médico le dijera que va a morir?. Si a
usted tuviesen que darle un diagnóstico desolador, ¿preferiría que le diesen la
noticia directamente y cuanto antes o que el médico tratase de amortiguar un
poco el golpe, dosificando la información o incluso con alguna “mentira
piadosa”?. Se trata de una cuestión muy personal, pero hay quien defiende las
mentiras en toda regla; es decir, que jamás se le diga a un paciente que está “condenado”
y que va a morir.
¿Por
qué?.
Porque
la experiencia demuestra que siempre existe cierto nivel de incertidumbre; la
probabilidad, incluso ínfima, de una remisión. Y, tras un diagnóstico fatídico,
una curación pondría en tela de juicio el pronóstico dado y terminaría
perjudicando a ese médico que creía estar diciendo “la verdad”.
Precisamente
por eso se dice que en realidad la “verdad médica” es el engaño por excelencia.
Y es que hace creer a los pacientes que la medicina es una ciencia exacta, un
saber objetivo que permite predecir el futuro con certeza, cuando la realidad
es que por naturaleza es más bien lo contrario.
“Cuando
ustedes dicen a alguien que tiene una enfermedad mortal, mienten, ya que en
realidad no saben nada de eso. Ningún hombre tiene derecho a condenar a otro
hombre…”.
Estas
eran las palabras que el filósofo francés Vladimir Jankélévitch (1903-1985)
dedicó en su día a los médicos, acusándoles de hacer daño a los enfermos con
sus “verdades”.
“Lo más
importante para ustedes, médicos, es la prolongación del ser, y simplemente
existen para ello. Por esa razón no tienen más que un imperativo: mantener la
esperanza”.
La
experiencia del personal sanitario en contacto con personas gravemente enfermas
corrobora esta misma teoría. Diciendo la verdad al enfermo se corre el riesgo
de arruinarle los últimos momentos de su vida, provocándole además la rendición
(y con ello la muerte) prematura.
De
hecho, no son pocos los suicidios que se dan tras un diagnóstico especialmente
grave, o los casos de personas que rechazan todo tipo de cuidados tras conocer
qué enfermedad sufren.
Y es
que hay ciertas palabras, como por ejemplo, “metástasis”, capaces de asustar a
cualquiera.
En
concreto, “el término ‘metástasis’ es tabú. A veces los médicos prefieren
obviarlo y simplemente dejan caer el tono de voz cuando tratan de someter a un
paciente a una nueva quimio y ven que éste es reticente”, explica Sylvie Fainzang, autora de "La relación médico-paciente: información y falsedades".
Disimular
el peor diagnóstico: una cuestión terapéutica.
El que
un pronóstico grave deba o no ser ocultado al enfermo, al menos temporal o
parcialmente, y que eso sea legítimo, ha sido una cuestión muy debatida a lo
largo de los tiempos.
Se
remonta incluso al filósofo griego Platón, quien en La República alegaba que la
mentira es un “medicamento” útil para el enfermo (si bien su empleo debe estar
siempre reservado a los médicos).
También
en la Antigua Roma se consideraba que un médico debía ser capaz de ocultar la
verdad cuando eso era bueno para el enfermo; especialmente si este esperaba una
curación y su dolencia era, en cambio, incurable.
Ahí
empieza a evocarse el concepto de “mentira terapéutica”, al que con frecuencia
se ha vuelto a recurrir a lo largo de la Historia y que hoy algunos códigos
deontológicos médicos recogen, aunque sea parcialmente.
También
hay quien, con toda legitimidad, ve el problema desde otro punto de vista
totalmente diferente.
No
decir la verdad a una persona en estado muy grave implica cierto riesgo de
“robarle” parte del tiempo que le queda.
Y es
que sin saber qué le depara de verdad el futuro inmediato, engañado sobre su
devenir más probable, la persona no dedica su tiempo y sus energías a las cosas
que haría si supiese qué le espera en realidad.
Por el
contrario, si sabe la verdad el enfermo puede afrontar su propio destino.
Prepararse para la muerte, poner en orden sus cosas, visitar a un notario
cuando todavía dispone de tiempo y fuerzas para hacerlo… En definitiva, decidir
con pleno conocimiento de causa cómo utilizar el tiempo que le queda.
En el
imaginario común esa imagen podría estar representada por un anciano que, al final
de una larga vida, distribuye entre sus descendientes palabras de sabiduría y
bienes materiales, antes de abandonar este mundo.
El
escritor ruso León Tolstói relata muy bien los efectos destructores de la
mentira en su novela La muerte de Iván Ilich:
“El
principal tormento de Iván Ilich era la mentira, esa mentira admitida por todos
sin saber por qué: que él solo estaba enfermo y no muriéndose; que solo tenía
que permanecer tranquilo y cuidarse para que todo se arreglase. Sin embargo, y
lo sabía de sobra, hiciese lo que hiciese no llegaría más que a sufrimientos
todavía más terribles y a la muerte. […] Esa mentira que se cometía sobre él la
víspera de su muerte […] degradaba el acto solemne y formidable de la muerte”.
La
verdad nos libra de la duda, de la incertidumbre, de la angustia de no saber.
Y
además algunos pacientes se ven estimulados por el conocimiento a fondo de su enfermedad,
encontrando en ello un motivo para cooperar activamente con el médico, incluso
de abrirse a vías y terapias alternativas y complementarias (en las cuales
puede que no hubiesen visto interés si hubieran permanecido en la visión
estrecha de una medicina científica salvadora y “todopoderosa”).
Un
clima de mentiras y de evasivas también puede derivar en una exageración de la
gravedad de la situación, desencadenando en consecuencia una angustia extrema
(con pensamientos del tipo: “Si no me dicen nada es porque estoy perdido”).
Precisamente por eso es tan necesario alcanzar un punto intermedio que concilie
ambas posturas aparentemente contradictorias.
“Cuando
un paciente sufre una enfermedad grave, en fase terminal, me planteo la
cuestión. No miento jamás, pero sí le digo que el saber científico es por
naturaleza incierto y que nadie puede decir jamás cuándo va a llegar la
muerte”, me explicaba hace tiempo un amigo, jefe de servicio de cuidados
paliativos en un hospital.
“Sobre
todo trato de tener en cuenta la historia del paciente y su capacidad de
aceptar la verdad. Y también me repito a mí mismo que no decirlo todo o no
hacerlo de repente, de forma brutal, no significa mentir. A veces es importante
decir las cosas de manera progresiva, tomándose un tiempo. No tenemos derecho a
quitarle a nadie la esperanza. Hay que decirle al paciente, por ejemplo, que
nunca hemos visto a nadie sobrevivir más allá de 5 años, pero añadiendo que
tampoco es algo imposible”.
El
médico debe a la persona que examina, cura y aconseja una información sobre su
estado que sea leal, clara y apropiada sobre su estado, así como sobre los
cuidados que le propone.
No
obstante, cuando una persona le pide a otra que la mantenga en la ignorancia
respecto a un diagnóstico o un pronóstico, su voluntad debe ser en la medida de
lo posible respetada.
Un
pronóstico fatal sólo puede ser revelado con cautela y cuidando también al
informar a los familiares del paciente -salvo que éste hubiera pedido
expresamente que no se les informe-. En este sentido, cabe destacar que en
nuestro país la Ley de Autonomía del Paciente, del año 2002, deja claro que el
destinatario de la información es exclusivamente el paciente y las personas que éste autorice. (2)
Me
parece que ése es exactamente el buen equilibrio, por supuesto muy difícil de
encontrar, entre el derecho a la verdad y el derecho a no ser “traumatizado”
por una “verdad médica” que, por definición, es una realidad incierta.
¿Y los
pacientes?. ¿Deben decir siempre la verdad a su médico?.
Según
estudios recientes entre el 60 y el 80% de los pacientes mienten a su médico. Y
con frecuencia eso se debe al miedo a ser juzgados o reprendidos.
Investigadores
de Middlesex y de Salt Lake City encuestaron a cerca de 4.500 personas, de las
cuales hasta un 80% llegó a reconocer haber mentido en alguna ocasión a su
médico. Mentiras sobre los medicamentos que toman, la dieta que siguen, la
frecuencia con la que practican ejercicio, que continúan fumando o bebiendo
alcohol, aunque sea de vez en cuando… Por miedo a ser un “mal paciente” y a que
el médico piense que no vale la pena “perder el tiempo” tratándolo.
Pero
eso es, por supuesto, lo peor que cualquier enfermo puede hacer: inducir
voluntariamente a su médico a cometer un error por culpa de haberle dado
información falsa. En otras palabras: ¡engañar
a la persona que quiere ayudarle y salvarle!.
Si
usted lo hizo en alguna ocasión y no le dio importancia, reflexione sobre ello.
¿Qué
piensa usted de todo esto?.
Me
gustaría invitarle a que deje su opinión acerca del tema de hoy a través de un
comentario en el sespacio para comentarios o bien AQUÍ.. ¿Qué prefiere usted, la verdad por delante o
una mentira “piadosa”?. ¿Ha vivido alguna experiencia relacionada con este tema
que quiera compartir con todos los lectores?. Estaremos encantados de leerle.
¡A su
salud!.
Luis
Miguel Oliveiras
Artículo original: https://www.saludnutricionbienestar.com/y-usted-querria-que-su-medico-le-dijera-que-va-a-morir/
******************************
Fuentes empleadas por el autor:
- “La
Relation médecin-malade : information et mensonge” (sin traducir al español). Sylvie Fainzang. Paris, Presses universitaires de France, 2006, 159 p.,
bibl., index (Ethnologies).
- Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica. «BOE» núm. 274, de 15/11/2002.
- University of Utah Health. “Why patients lie to their doctors: Fear of being judged and embarrassed are among the reasons”. ScienceDaily. ScienceDaily, 30 November 2018.
- Levy AG, Scherer AM, Zikmund-Fisher BJ, Larkin K, Barnes GD, Fagerlin A. “Prevalence of and Factors Associated with Patient Nondisclosure of Medically Relevant Information to Clinicians”. JAMA Netw Open. Published online November 30, 20181(7): e185293. doi:10.1001/jamanetworkopen.2018.5293.
No hay comentarios:
Publicar un comentario