Para
explicarme sus razones me contó su propia experiencia con el deporte extremo
(en su caso, apnea o buceo libre a grandes profundidades, sin bombona de
oxígeno) y las consecuencias de éste, así como la forma en la que consiguió
librarse de la necesidad de superación.
Lo que hoy quiero compartir con ustedes son las herramientas que
él mismo utilizó y que todavía sigue descubriendo, en sus propias palabras,
“para regresar a la tranquilidad tras haber pasado por la adicción al deporte
extremo”.
Lo que
se ve desde fuera…
A
simple vista parece lógico admirar a Ueli Steck. El alpinista suizo saltó a la
fama en 2004 por haber abierto sin ayuda la vertiginosa vía Excalibur en la
montaña Wendenstöcke, en su país de origen, y también es conocido por conseguir
varios récords de velocidad en sus ascensos.
En
2007, además, sobrevivió milagrosamente a una caída de 400 metros mientras
subía la cara sur del Annapurna, en Nepal.
En una
historia como la suya, lo que la mayoría del público ve es la prueba de una
capacidad extraordinaria para convertir los retos en un auténtico torrente de
energía positiva. Y es cierto que estas hazañas son impresionantes, dejando
entrever todo cuanto todavía desconocemos sobre los límites del ser humano.
Sin
embargo, hay una parte oscura que no se cuenta. Y no me refiero a la trágica
muerte de Steck en 2017, debida a un accidente mientras entrenaba en el campo 2
del Everest -se despeñó desde una altura de 1.000 metros-, sino a la grave
depresión que sufrió apenas 3 años antes y que le obligó a dejarlo todo durante
un tiempo.
… y lo
que se ve desde dentro.
Muchas
hazañas deportivas como las del alpinista helvético esconden en realidad un
profundo y oculto malestar en quien las consigue. De hecho, al repasar la
biografía de muchos deportistas de élite y atletas que han batido récords, se
constata algo sorprendente: se trata casi invariablemente de historias de
desgracia y desdicha.
Veamos
varios ejemplos:
Mike Tyson, campeón mundial de peso pesado de 1987 a 1990 y el competidor más rico
en la historia del boxeo, fue criado en un gueto donde la violencia estaba
presente en cada esquina. Con tan solo 7 años le secuestraron y abusaron
sexualmente de él, tras lo que en los años siguientes cometió varios delitos.
Acabó en un reformatorio, donde un antiguo boxeador se fijó en él. Al final de
su carrera fue condenado a 6 años de prisión por violación y terminó arruinado.
El
apneísta Jacques Mayol superó los límites de lo que la ciencia creía
humanamente posible al bucear por primera vez a 105 metros de profundidad a
pulmón libre. Deprimido durante mucho tiempo tras retirarse del mundo del
deporte, terminó ahorcándose en 2001.
Patrick Edlinger, pionero de la escalada libre y escalador de culto, murió a los 52
años aparentemente en un accidente doméstico. Sin embargo, en la autobiografía
que estaba a punto de publicar confesaba estar deprimido y consumido por el
alcohol desde el momento en que se alejó de los acantilados.
Ya en
nuestro país el boxeador y campeón de Europa de los pesos pesados en 1970 José Manuel Ibar Azpiazu “Urtain”, también conocido como “El Tigre de Cestona”, se
suicidó en 1992, años después de bajarse del ring. Y también el ciclista Luis Ocaña, a quien se conocía como “El español de Mont-de-Marsan”; el que fuera
segundo corredor nacional en ganar el Tour de Francia (lo consiguió en 1973) y
también vencedor de la Vuelta a España en 1970 se suicidó en 1994.
Y la
lista podría alargarse varias páginas.
El
cineasta Gilles Chappaz, que se encontraba rodando una película documental
sobre el icono mundial de la escalada Ueli Steck en el momento de su muerte,
explicó en parte este descenso a los infiernos: “Lo peor es cuando regresan a
la realidad y se dan cuenta de que han envejecido. Han vivido tantas cosas,
emociones tan puras, que la ansiedad de no revivirlas es demasiado fuerte”.
Pero de
lo que lo que Chappaz no habla es del punto de partida psicológico de estos
deportistas, de su estado emocional antes de comenzar una carrera llena de
éxitos.
La
“resiliencia temporal” del deporte extremo.
Varios
testimonios muestran que a muchos de los mejores deportistas de todos los
tiempos las cosas no les iban demasiado bien antes de comenzar a practicar
deporte. Por tanto, la depresión sobrevenida al final de su carrera se trataría
en realidad un retorno a ese estado inicial.
En esos
casos, durante los años que dura la carrera profesional los deportistas se
encuentran dominados por un mecanismo biológico que funciona en forma de
“resiliencia temporal”, un fenómeno muy documentado científicamente.
Se
trata de una fuerza mental fuera de lo común que permite una excepcional
resistencia al dolor y que la ciencia atribuye al papel que juegan las
endorfinas, como bien me recordó Emmanuel durante nuestra conversación.
Las
endorfinas son unas moléculas que el cerebro segrega naturalmente cuando
percibe que estamos en peligro. Estas, asociadas a la noradrenalina y a la
adrenalina -liberada para permitir grandes esfuerzos-, permiten olvidar por un
momento los traumas y hacer frente a una urgencia vital, de acuerdo con un
mecanismo biológico primitivo que compartimos con muchas otras especies
animales.
Es
decir, que no era la fuerza mental de Ueli Steck lo que le permitía resistir el
dolor y superarse de tal forma, sino el mero hecho de enfrentarse a una situación
potencialmente mortal, ante la cual el cerebro lo bombardeaba literalmente con
endorfinas antidolor. Estas le provocaban euforia, permitiéndole ir más allá de
los límites ordinarios (y salvándole, por tanto, la vida).
Se
trata del mismo mecanismo de supervivencia que explica muchas hazañas de
auténticos héroes que en situaciones extremas logran salvar la vida a otra
persona, incluso cuando todo apunta a un trágico desenlace. Es el caso del
joven inmigrante que hace apenas unos meses escaló la fachada de un edificio en
París para salvar la vida a un bebé, y también el del recogedor de basura
californiano que salvó la vida a varios vecinos del condado de Butte en el
devastador incendio del pasado mes de noviembre.
Todos
podríamos reaccionar de ese modo ante una situación peligrosa. La peculiaridad
de los deportistas extremos no es tanto una fuerza mental excepcional como su
propensión a ponerse en un grave peligro para olvidar durante un tiempo su
malestar existencial. ¿El problema?. Que tarde o temprano se ven obligados a
abandonar la competición. Y entonces el mismo mecanismo de supervivencia que
durante años es usado para superar los límites del propio cuerpo se vuelve en
su contra.
En
realidad, lo que sucede es que estas personas no saben gestionar su sufrimiento
existencial. Tampoco se vuelven “resilientes” gracias al deporte, sino que
simplemente tapan su malestar con euforia. Por eso cuando abandonan la
competición y el mecanismo del que hablamos se detiene de pronto, el choque
contra la cruda realidad resulta tremendo.
Una
experiencia personal con el deporte extremo.
Emmanuel me contó que él había tenido una experiencia similar
cuando practicaba apnea.
“Yo
también pude haber sido una víctima del deporte extremo”, me confesó. “Sin
saberlo, cumplía con el perfil. A los 20 años un amigo me introdujo en el
esnórquel. Enseguida quise superar mis límites y entrené para ello. Era
emocionante poder permanecer bajo el agua durante varios minutos. Y además mis
apneas eran fáciles y me acercaba a los récords de la época”, continuó.
Pronto,
según el propio Emmanuel, algunas imprudencias que cometió consiguieron que
empezase a cuestionarse las cosas, por lo que terminó conformándose con ser un
deportista “del montón”, en vez de obsesionarse por alcanzar más y más metas.
Aun
así, desde joven había necesitado practicar deporte para sentirse bien, y si
pasaba varios días sin actividad física se sentía nervioso e incluso con algo
de ansiedad. Siempre había creído que se trataba de algo sano y normal, y que
su cuerpo sólo necesitaba moverse. Sin embargo, un día se preguntó si no sería
una señal de un problema. Y efectivamente lo era.
“No me
di cuenta de su importancia real hasta que le puse fin”, reconoció él mismo.
“Poco a poco me fui dando cuenta de toda la ansiedad que me había estado
produciendo el intentar superarme día a día, con cada pequeña cosa”.
Finalmente,
Emmanuel dejó de sentir la necesidad de ir hasta el límite de sí mismo, o
incluso más allá, para sentirse vivo. Simplemente asumió que no tenía por qué
ser ningún héroe o “cazador de récords”.
Y esa
nueva forma de entender el deporte, además de librarle del malestar emocional,
también le aseguró no sufrir ninguna devastadora consecuencia física derivada
de su abuso. Y es que el deporte llevado al extremo puede tener serias
consecuencias para la salud, no solo mental.
La
cruda realidad.
Esta es
una realidad que no a todo el mundo le gusta reconocer, y sin duda es mucho
menos atractiva que la idea de un deportista en plena naturaleza venciendo sus
propios límites sin ayuda. Pero no por ello es menos cierta.
Yo
incluso iría más allá y extrapolaría las conclusiones de Emmanuel a muchos
otros ámbitos fuera del deporte, en los que las personas se presionan a sí
mismas para conseguir logros que consideran excepcionales. Hablo de estudiar
varias carreras a un tiempo, de la adicción al trabajo, de las crisis de
ansiedad por superarse a uno mismo, por ser perfecto…
Esa
necesidad también es indicativa de que algo falta, y tal vez -puede que hasta
con frecuencia- de una tendencia a la depresión. Responder a ella cometiendo
imprudencias, incluso poniendo la vida directamente en peligro, ciertamente no
es lo mejor. Pero es algo mucho más común de lo que parece.
Y es
que muchas personas reaccionan ante cualquier problema, incluso si no es muy
grave, con comportamientos agresivos y autodestructivos, llegando incluso a
provocarse daño a sí mismas antes de dejar de “forzar la máquina”.
En
cualquiera de estos casos, vinculados o no al deporte extremo, es necesario
darse cuenta de que el bienestar -y por tanto la salud- reside en la aceptación
y la serenidad. Y quizá también ayude leer más a grandes filósofos como Blaise Pascal, quien dijo que “toda la miseria de los hombres proviene de una sola
cosa: no saber permanecer quietos en una habitación”.
Una
inquietud filosófica milenaria.
Hace
milenios que la humanidad se pregunta si es mejor vivir una vida larga y
tranquila o una corta y gloriosa. De hecho, se trata de un problema central en
la filosofía griega encarnado en la historia de Aquiles.
A este
héroe, que juega un papel clave en La Ilíada y en La Odisea, su madre -una
nereida (ninfa marina)- le hizo elegir nada más nacer entre una vida larga y
pacífica o una vida corta y gloriosa.
Como ya
sabe, Aquiles eligió la gloria (al igual que harían probablemente muchos de los
jóvenes a los que se les hiciese hoy la misma pregunta) y murió a una corta
edad. Y sobre su historia, que muchos han considerado una tragedia, el filósofo
Aristóteles dijo: “El ciudadano valiente preferiría un breve momento de intensa
alegría a un largo período de tranquila satisfacción [...]. Una sola acción,
pero grande y hermosa, a una multitud de acciones menores”.
Lo
cierto es que muchos tienen ese ideal -el de vivir como héroes o hacer algo
heroico- escondido en algún rincón de la mente y listo para surgir en el
momento menos pensado.
Durante
mucho tiempo eran las batallas y las guerras las que ofrecían a los jóvenes en
busca de experiencias excepcionales la oportunidad de alcanzar esas metas, de
lograr grandes hazañas. Pero en el mundo actual es el deporte de alta
intensidad el que ha acaparado la atención (y la energía), y especialmente las
actividades más extremas y peligrosas.
Y no
sólo como búsqueda de grandes logros: muchas actividades consideradas
“extremas” sirven hoy día como válvula de escape al ruido, a las carreteras, a
la suciedad de nuestras ciudades superpobladas, a las obligaciones de la
semana… Son un último refugio de libertad a nuestro alcance y para el que se
necesita muy poco (unas zapatillas, una cantimplora, un bocadillo…).
Entonces,
incluso pudiendo resultar un poco peligrosas, ¿por qué íbamos a privarnos de
esas escapadas?. Incluso las más altas cordilleras de cualquier rincón del mundo
son hoy más accesibles que nunca gracias a las mejores comunicaciones, las
aerolíneas de bajo coste…
Regreso
a la “casilla de salida”.
No se
trata de privarse de ello, sino de saber gestionarlo. Y es que,
independientemente de las hazañas y de las metas alcanzadas, el cese de la
actividad física tarde o temprano termina por llegar.
Y, como
ha visto, en ese momento se vuelve invariablemente a la casilla de salida, por
lo que si había depresión antes de comenzar a hacer deporte de forma casi
inevitable se regresará a ella.
Poco
importará lo que haya sucedido mientras tanto. Ni siquiera la fama y el éxito,
que hacen que parezca que ese sacrificio vale la pena, o que un deportista haya
servido de ejemplo e inspiración a tantos otros.
Por eso
es tan importante saber escucharse a uno mismo y detectar cuándo el cuerpo
trata de llevarnos más allá de nuestros límites para pedir ayuda. Esa es su
forma de decir “¡socorro!”, y nosotros debemos saber cómo descodificar el
mensaje. Es lo mismo que le sucedió a mi colega Emmanuel, cuya historia quería
compartir hoy con usted.
¡A su
salud!.
Luis
Miguel Oliveiras
Artículo original: https://www.saludnutricionbienestar.com/una-reflexion-sobre-el-deporte-y-los-limites-del-cuerpo-humano/
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