Mi odontóloga -una mujer
preciosa por fuera y por dentro además de buena profesional- me contaba hace
unos días su temor ante la llegada de sus hijos a la adolescencia. ¡Puf! Los
problemas que me esperan, me decía con cierto escalofrío.
Como es un problema universal
que nos afecta, antes o después, a todos los padres de familia, me he decidido
a contaros mis certezas y experiencias.
El principal remedio para las tensiones y conflictos de la adolescencia
es la UNIDAD de los padres, casi me
atrevo a decir que es el definitivo remedio. Una unidad hecha de amor, de
sintonía, de estrecha comunicación y de coincidencia en los valores que
queremos transmitir a nuestros hijos. Ahí es donde suele comenzar el fracaso como
padres.
El matrimonio debe ser un árbol de grueso tronco, con raíces profundas,
bien desinfectado de todo parásito por pequeño que sea, bien regado y bien
iluminado. Son los padres los que deberían preocuparse de su propio
crecimiento como personas y como pareja. Sin ese árbol sano y bien fortalecido,
es imposible que crezcan ramas sanas y robustas. Cuando más tarde se injerten
con otra rama, llevarán toda la fuerza o debilidad del tronco originario.
Para educar bien a los hijos,
por tanto, lo primero que hay que cuidar y desarrollar es el matrimonio que los
engendró. Sin eso, es misión imposible. Si
quieres que tus hijos sean felices y se desarrollen adecuadamente, empieza por
ti mismo y tu matrimonio. Esa sería mi primera y básica certeza.
Después hay que saber que los hijos son agua. En las primeras
etapas aceptarán de buen grado estar embalsados y protegidos en el pequeño
estanque familiar. Pero se ondularán o removerán con los vientos del
matrimonio.
Esas primeras experiencias les
marcarán para toda la vida. Será imprescindible que estén rodeados de
serenidad, amor y reconocimiento de lo que son individualmente. No todas las
aguas son iguales.
Cuando en la adolescencia empiecen a fluir por la vida y reclamar su
libertad, los padres han de convertirse en acequia que conduzca esa agua con
firmeza y naturalidad. Será la primera prueba seria a la que someterán la
UNIDAD de sus padres.
Si una de las paredes de la
acequia presenta fisuras, filtraciones o derrumbes será imposible conducir el
agua hacia los objetivos de la educación. El agua siempre busca por donde
discurrir con más facilidad y desparramarse. Está en su naturaleza.
Habrá que permanecer atentos a esas presiones del agua sobre uno u otro
margen de la acequia, a los agujeros que puedan encontrar o, incluso, conseguir
por erosión. Los padres no solemos ser conscientes del daño que hacemos a
nuestros hijos cuando les consentimos desbordamientos y filtraciones o les
fabricamos compuertas de escape antes de tiempo.
De esa manera ni nosotros conseguiremos
educarles, ni ellos llegarán a un desarrollo humano suficiente. Si el agua se
desparrama, se perderá o servirá de abrevadero para aprovechados. Podría poner
infinidad de ejemplos.
También habrá que prestar atención a una trampa que muchos matrimonios
ignoran. Se llama "complejo de
Edipo" en los chicos y "complejo
de Electra" en las chicas. Por definirlo sencillamente digamos que es "la
preferencia de los niños por la madre y la de las niñas por el padre".
En uno u otro grado estos complejos son habituales y lo resume muy bien el
refrán popular: "Los
hijos son de la madre y las hijas del padre".
Cuando encuentren su pareja y
se independicen (sobre todo cuando lleguen sus hijos) se invertirán las tornas,
al menos en la práctica, quizás no tanto en los afectos. La sabiduría popular
lo ha sintetizado: "Cuando casas a una hija, ganas un hijo. Cuando
casas a un hijo, lo pierdes".
En la vida cotidiana debemos estar atentos a no alimentar esas
tendencias, que pueden llegar a ser patológicas. De lo contrario, se
acentuarán las presiones (de los hijos sobre el margen de la madre y de las
hijas sobre el del padre) para conseguir filtraciones libertarias antes de
tiempo. Estas presiones pueden llegar a la manipulación, el chantaje y la
violencia. Si uno de los dos márgenes de la acequia familiar cede, el agua se
perderá y será motivo de conflicto entre los padres.
Es entonces cuando adquiere todo su sentido educativo la UNIDAD del
matrimonio, la firmeza de los dos márgenes de la acequia ante los envites del
agua. Solo así los hijos comprenderán que la firmeza de sus padres es
insobornable, menguarán los empujes y los hijos fluirán hacia su madurez y
felicidad con naturalidad. Las concesiones, si las hay, han de ser un suave
giro de la acequia, NUNCA el derrumbe de uno de sus márgenes. A todo esto se le
llama EDUCAR responsablemente.
Los hijos vienen por el mutuo
amor de sus padres, salvo si éstos son solo instintivos animales (que los hay).
A nadie desearemos hacer tanto bien como a nuestros hijos.
Por eso,
para educarlos y conducirlos a la madurez y verdadera libertad son
imprescindibles la BONDAD (capacidad de hacer el bien) y la FIRMEZA (de ambos
progenitores).
No pueden existir
separadamente, no pueden darse una sin la otra porque caeremos en el "desamor" o en la "blandenguería", puro veneno
para nuestros hijos. Esas actitudes serán imposibles si no somos firme acequia
que los conduzca a la desembocadura de su responsable independencia.
Y otra cosa para terminar. Se equivocan rotundamente quienes piensan
que el amor a los hijos está por encima del amor al marido o la esposa. No
recuerdo si es en "La perfecta
casada" de Fr. Luis de León donde se afirma: "Después del amor a Dios, el amor al
marido". De lo que estoy seguro es que esa frase resume la doctrina
católica sobre el prioritario amor entre los esposos. No hay más que leer a san
Pablo para comprobarlo.
Solo el amor firme, alegre, continuado y mostrado del matrimonio
llevará a los hijos a una independencia feliz, sea como célibes o como
casados.
Y una luz más: La ausencia de
vocaciones religiosas que padecemos tiene mucho que ver con la clase de
matrimonios que tenemos en nuestra decadente actualidad.
Os deseo de todo corazón que encontréis el camino del auténtico y
verdadero matrimonio. Porque ése es el camino de la felicidad de vuestros
hijos. Sin eso no se podrá garantizar su educación, su progreso y su felicidad.
Si amamos de verdad el "agua", debemos ser firme y
limpia acequia que la lleve hacia el sentido de su existencia. Desde allí regará
nuevas vidas.
Os lo sintetizaré en una
imagen de vuestra memoria: ¿Recordáis cómo engendrasteis a cada uno de vuestros
hijos?. Pues con esa misma unidad, amor y pasión debéis educarlos.
Jairo del Agua
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN EN FAMILIA:
Si quieren conocer algunos detalles sobre el autor de este artículo les invitamos a entrar en: http://blogs.periodistadigital.com/jairodelagua.php/2008/09/29/jairo-del-agua-nos-cuenta.
Con su estilo ágil, desenvuelto y lleno de frescura nos introduce en el núcleo esencial de la educación de los hijos: nosotros mismos.
- ¿Qué destacaríamos de este escrito de Jairo del Agua?.
- ¿Qué sucedería si tratáramos de contener un río y encerrarlo en una vasija por grande que fuera?, ¿y si por el contrario lo dejamos campar por sus anchas sin más?.
- ¿Qué conclusiones obtenemos de la reflexión que el artículo plantea a partir de la metáfora del agua?.
- ¿Qué estilo de relación tenemos con nuestros hijos?, ¿nos satisface?, ¿está aportando a nuestros hijos auténtico crecimiento y madurez?. ¿En qué lo vemos mejorable y cómo conseguirlo?.
- ¿Es nuestra relación de pareja un referente para las vidas de nuestros hijos?; si acaso no lo fuera, ¿qué necesitamos renovar, actualizar, ampliar o profundizar?, ¿cómo conseguirlo?.
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