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sábado, 30 de marzo de 2013

Aprender a escuchar a nuestros hijos

Para aumentar la autoestima de nuestros hijos es importante que les prestemos atención, que mostremos interés y disposición para escucharlos y que los escuchemos realmente.
Si queremos a nuestros hijos, tenemos que demostrárselo. Y la mejor forma de hacerlo es escuchándoles.
Cuando nos dedicamos a escuchar a alguien le estamos diciendo:Eres importante. Lo que haces me interesa. Tú me interesas”.
Decimos de los adolescentes: “Es que no hablan, son como mudos, no dicen nada, se encierran con su música en la habitación y se callan…”.
Puede ser así. Pero muchas veces escuchamos a los hijos a medias: por falta de tiempo, porque no le damos importancia, por no saber cómo hacerlo…

O ni siquiera les dejamos hablar, cuando son pequeños, por ejemplo, porque lo decimos todo nosotros.
Necesitamos aprender a ser buenos oyentes, o "escuchantes" -como dicen algunos-. Para que ellos también lo sean con nosotros y con los demás.
Cómo escuchar a los hijos.
Veamos unas breves pautas.
1. Asegurarnos de que estamos preparados para escuchar.

  • Antes de ponernos a escuchar atentamente, tenemos que darnos tiempo y atender algunas de nuestras necesidades: centrarnos durante unos minutos después de llegar del trabajo, serenarnos interiormente después de unos momentos de tensión…
2. Prestar toda la atención al hijo.

  • Dejar a un lado lo que tenemos entre manos (periódico, televisión…).
  • Sentarse y escuchar, aunque sólo sean cinco minutos.
3. Reducir al mínimo las distracciones.

  • Atender al hijo antes que al teléfono.
  •  Atenderlo en privado si es necesario.
  • Si no podemos hacerlo se lo comunicamos: “Estoy preocupado por… Te atenderé después de cenar”.
4. Invitar a hablar al hijo.

  • Dar la oportunidad de que hable: también tienen mucho que contar.
  • Pedir que lo haga. Y esperar. No forzar.
  • Dedicar un tiempo para cada hijo: aunque no pida atención, puede necesitarla.
  • Podemos comenzar formulando preguntas abiertas y seguir después la pista de lo que cada uno dice.
  • Atención: No es el momento de discutir sus malas notas o quejarse de lo desordenado de su habitación: es el tiempo de escuchar.
5. Escucha activamente.

  • Buscar el espacio adecuado, mirar al hijo con atención y manifestar signos de escucha activa.
  • Decir lo que nos preocupa, formular preguntas, aclarar situaciones y escuchar atentamente.
  • Interesarse por lo que el hijo cuenta: recordar los nombres de sus amigos, preguntar más detalles sobre lo que dijo otro día… Él se sentirá importante porque se recuerdan las cosas que le preocupan.
Qué escuchar.
1. Escuchar el núcleo de la historia.

  • Centrarse en lo importante.
  • Cuando el hijo hable, irnos preguntando: “¿Qué está intentando decirme?. ¿Por qué razón esto es importante para él?.
  • ¿Está contándonos sus planes o que ha sido capaz de resolver un problema?. ¿Nos manifiesta que fue fuerte y valiente, o que se sintió confuso y enfadado?.
  • En todo momento, centrándose siempre en el núcleo del problema, sobre lo principal.
2. Se trata de escuchar, no de arreglarles los problemas.

  • Hemos de tener muy claro que no tenemos que dar consejos ni resolver el problema.
  • A nadie le gusta que se le interrumpa con “la solución” antes de acabar de hablar: nos sentimos cortados, no podemos compartir sentimientos ni expresar los detalles más relevantes del problema. Quitamos la oportunidad de dar su propia solución.
  • Cuando el hijo cuenta un problema, los padres le interrumpimos rápidamente sugiriendo la solución: tenemos miedo que el hijo sea demasiado joven o inexperto para encontrar sus propias respuestas… Pero es probable que el hijo no esté tanto pidiendo una solución cuanto comunicando su experiencia.
  • Después de que nuestro hijo haya tenido tiempo suficiente para expresarse, podemos ayudar a que él explore las posibles soluciones. Si somos capaces de hacer que él llegue a la solución, habremos hecho más por su autoestima que dándole nuestra solución.
3. Atender y responder a los sentimientos.

  • Es importante prestar atención no sólo a las palabras de nuestro hijo o hija, sino a los sentimientos que expresa.
  • Responder a los sentimientos que nos llegan así como a la historia que escuchamos.
  • A los más pequeños, hay que ayudarles a encontrar las palabras para describir lo que sienten.
Aceptar los sentimientos.
Nos resulta preocupante escuchar a nuestro hijo sentimientos que no quisiéramos que fuesen ciertos: odio al hermano, enfado contra el padre o la madre.
Es tentador cortar esos sentimientos, pero poner una tapa en una olla hirviendo no los apaga.
Nuestros hijos tienen sus propios sentimientos intensos: envidia, cólera, celos, temor… Para clarificarlos y controlarlos habrá que controlar las causas que los provocan, pero los sentimientos no son ni buenos ni malos. A los sumo los podemos clasificar entre positivos y negativos.
1. Consecuencias.
Cuando calificamos de “malos” los sentimientos de nuestros hijos las consecuencias pueden ser:

  • Una baja autoestima: “Debo de ser malo para sentir así”.
  • Una conducta no sincera: “Debo fingir para adaptarme a lo que quieren mis padres; si se enterasen de lo que realmente pienso, me abandonarían”.
2. Reacciones de los padres.
Éstas son las reacciones comunes de los padres que hacen que sus hijos nieguen sus propios sentimientos:

  • Negar que existan esos sentimientos: “No te duele la pierna. Eso no fue nada”.
  • Decir lo que el hijo debería sentir: “Deberías decirle a tu hermano que lo sientes”.
  • Comparar al niño con otros: “Javier no se porta así en el dentista. ¿Por qué no te portas como él?".
  • Ridiculizar o hacer sarcasmo: “¿Vas a volver a llorar sólo porque no puedes hacerlo?. ¡Qué pequeño eres!”.
  • Utilizar amenazas y castigos: “Si te sientes así cada vez que te dan un golpe, olvídate del fútbol este año”.
3. Formas de ayudar.
Estas son algunas formas de ayudar a nuestros hijos a afrontar sus sentimientos negativos:

  • Animar a los hijos a expresar sus verdaderos sentimientos. Hacerlo en un entorno seguro (intimidad) con tiempo suficiente para expresar sus enfados. Si el enfado es contra nosotros, intentaremos no ponernos a la defensiva ni quitárselo de la cabeza, aunque no por eso tengamos que ceder en lo que decimos: “Ya sé que quieres ir a dormir a casa de tu amiga, pero hoy no puedes ir”.
  •  Ayudarles a encontrar diferentes formas de expresarlos. Por ejemplo escribir carta a un amigo. El deporte también puede ser una salida.
  •  Animarles a que utilicen la imaginación: “¿Qué desearías haber dicho y hecho en tal ocasión?. ¿Qué te hubiera gustado que sucediera?. ¿Qué habría pasado si…?".
  • Contarles una anécdota o historia de nosotros mismos: lo que sentimos en una situación similar, sin convertirnos en el centro de la conversación ni usarlo para aliviar su malestar. Nuestro hijo sentirá que le comprendemos y que no está solo en sus sentimientos.
  • Servir de modelo: afrontar adecuadamente los propios sentimientos negativos y emplear algunas estrategias señaladas anteriormente.
  •  Ayudarles en momentos de frustración. Hacer que se sientan bien consigo mismos incluso en los momentos de decepción o fracaso: “No ganaste, pero has mejorado mucho en tu estilo de nadar…”.
TRABAJO A REALIZAR EN FAMILIA:
ACTIVIDADES Y PROPUESTAS.
Revisión.
Qué pasa con nuestros hijos: ¿Hablan?. ¿Les dejamos hablar?. ¿Cuándo lo hacen y cuándo no?. ¿Cuándo dejaron de hacerlo?.
  • Leer y comentar las pautas concretas de escucha que se dan en este capítulo.
  • Hacerlo desde la experiencia de cada uno. ¿Qué nos recuerda?.
  • Destacar hechos, casos, anécdotas, situaciones concretas…
  • En concreto, ¿cómo nos situamos ante los sentimientos negativos y cómo los manejamos?. ¿Cómo lo hicieron nuestros padres con nosotros? ¿Cómo actuamos nosotros ahora?.
Esta revisión puede compartirse con otras familias o en el colegio con un grupo de padres/madres.

PARA AMPLIAR, CONTRASTAR O PROFUNDIZAR:

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