domingo, 12 de octubre de 2014

Enseñar a tomar decisiones en la adolescencia

Elegir con criterio es lo mejor que puede aprender un hijo porque eso le va a dar mayor capacidad de autonomía y le aportará mayor satisfacción consigo mismo. Pero a veces los padres, incluso con la intención de ahorrarles sufrimientos, solemos ser dominantes o sobreprotectores, con lo cual acabamos impidiendo el desarrollo de esa capacidad de "tomar decisiones con criterios propios".
Desde que los hijos nacen, la vida del hogar gira en torno a ellos. Cómo formarlos y darles herramientas para vivir mejor en el futuro son inquietudes comunes a los padres. Sin embargo, a menudo olvidamos que también es importante enseñarles a decidir en cada momento lo que realmente quieren hacer y lo que es mejor para sí mismos.

Importancia de tomar decisiones.

Tomar decisiones es una de nuestras tareas más habituales, tanto que a veces lo hacemos casi de forma mecánica. Sin embargo, se trata de un proceso con una técnica propia que debemos conocer bien. De que la dominemos o no, dependerán muchas consecuencias importantes -y otras de poca monta- en nuestra vida, cuya responsabilidad tendremos que asumir.
Por otra parte, si compartimos la opinión de que educar es ayudar a crecer en libertad y responsabilidad, tendremos que ayudar a nuestro hijo a aprender a tomar decisiones. En cambio, con actitudes sobreprotectoras o dominantes incapacitamos a los hijos para decidir, ya que por miedo a que se equivoquen o sufran o por afán de manejarlos en todo, coartan su libertad de elegir y su responsabilidad para asumir los resultados de esas elecciones.

Frutos de tomar decisiones.

Decidir es un excelente ejercicio del que un hijo podrá aprender mucho. Le valdrá para estimular algunas de sus capacidades intelectuales fundamentales, como analizar, comparar y valorar distintas opciones. También es oportunidad de probar en carne propia la ventaja de la prudencia.
Un hijo que toma decisiones sentirá que participa activamente, con protagonismo, en el rumbo de su propia vida y eso -en la medida y progresión adecuadas- será el mejor estímulo para crecer en madurez personal. Sobre todo, porque cuando un hijo toma sus primeras decisiones, realiza a la vez sus primeras renuncias. Todos sabemos que muchas rabietas de los niños pequeños se deben a que lo quieren todo: precisamente cuando eligen y asumen la pérdida para sí mismos de lo que no eligieron, es cuando se da uno de los pasos más importantes del crecimiento.
Y si se equivoca... también podrá aprender la inestimable lección de cómo lamentar decisiones pasadas, analizar y buscar la falla y extraer las oportunas conclusiones.

Proceso de toma de decisiones.

Aunque nuestras decisiones suelen ser a menudo mecánicas, lo cierto es que lo que realizamos es todo un proceso de varias fases:
  1. Definir el problema, dilema u objetivo.
  2. Recoger la información que podamos sobre él.
  3. Tener claras las alternativas, y lo que sigue a continuación de cada una de éstas.
  4. Llevar a la práctica la decisión.
Por ejemplo, dos hermanos de 13 y 14 años no saben si ir a un paseo con sus padres porque están invitados el mismo día a un cumpleaños. Con esos datos suelen aparecer las posibles opciones -ir, no ir-, que tendrán que someter a una valoración: ¿Qué ventajas e inconvenientes presenta cada opción?, ¿qué dudas nos quedan? (cuantas menos dudas tengan con más claridad podrán optar después, de ahí la importancia de recabar cuanta más información mejor).
Sopesando el resultado de cada alternativa y su valoración, deberán decidir cuál de ellas es más conveniente. Quizás opten por una que, objetivamente, no es la que más les conviene.... pero ahí entramos en el ámbito de la libertad humana. Y los padres debemos aprender a respetar esas primeras decisiones sin intervenir y mucho menos decir: "¡Te dije!, o ¡Yo sabía ... !".
Pero, tomada la decisión, queda un último paso, que, a menudo, es el más costoso: hay que llevarla a cabo. Siendo consecuentes con las decisiones es como los seres humanos demostramos coherencia y responsabilidad.

¿Cómo es mi hijo?.

Para orientar a nuestro hijo en la toma de decisiones, no siempre tendremos que potenciar las mismas fases del proceso. Cada hijo es diferente, y diferente ha de ser también la forma en que enseñemos a pensar, valorar, optar... Tendremos que apoyarnos en sus puntos fuertes, al tiempo que fortalecemos los débiles.
De una forma general, es posible establecer cuatro estilos personales:
  1. El impulsivo: primero actúa y luego reflexiona... y se lleva las manos a la cabeza, porque las consecuencias son a menudo negativas, o se contraponen unas a otras. Tendremos que ayudarlo en varios campos de la reflexión: invitándolo a dar razones de su elección antes de actuar, alentándolo para que busque varias opciones entre las que decidir y explicándole cómo puede valorar -incluso hay métodos cuantitativos para ello- sus pros y sus contras.
  2. El indeciso: al contrario que el impulsivo, este hijo reflexiona todo antes de decidir. Tiene tanta aversión al riesgo que puede perder la oportunidad de tomar una decisión. Lo podremos ayudar proponiéndole un límite de tiempo en el que decidir, dándole muchas oportunidades en las que tenga que elegir una opción para crear el hábito, y fortaleciendo la seguridad en sí mismo con las palabras de ánimo.
  3. El rígido: este hijo no se plantea siquiera la necesidad de tomar decisiones, ya que hace siempre las cosas del mismo modo, "porque siempre las he hecho así". Necesita que le sugiramos nuevas alternativas con mayores ventajas, tendremos que encontrar la manera de hacerle ver el valor de la información previa antes de tomar una decisión, razonarle aquel refrán "rectificar es de sabios", y hacerle entender que siempre se puede mejorar y sacar lecciones en la vida.
  4. El prudente: probablemente es el niño mejor preparado para tomar decisiones, ya que sabe lo que quiere y cómo lograrlo, arriesgando únicamente lo necesario. Es lento en la reflexión y rápido en la ejecución.
Cuando la decisión es de los padres ("Permisos difíciles").

Recomendamos:
  • No permitir preguntas ‘urgentes’: las decisiones apresuradas no siempre son las correctas. Hay que pedir al hijo que dé la mayor cantidad de datos posibles: dónde, cuándo, con quiénes, traslados...
  • Tampoco tramitar. El adolescente es impaciente. Tramitarlo dará origen a más presiones y la decisión final podrá responder no al bien del hijo sino al cansancio o, al revés, a querer devolver con un NO la insistencia del hijo.
  • No convertir la casa en un “ring”. Siempre -¿quién no?- se ha muñequeado para lograr permisos y no se trata de que usted venga a demostrar ahora que la autoridad paterna siempre vence y aplasta.
  • Es a veces el tono y la reacción desmedida de sus padres lo que lleva al adolescente a esconder información o, sencillamente, a mentir. Es básico ganarse la confianza de los hijos.
  • Cuando queda un sabor amargo después de una discusión habrá que volver, no para decir "bueno ya, hazlo", sino para mostrar al hijo cuánto se le quiere, independientemente de la respuesta que se le haya dado a su petición.
  • Evite ponerse a la altura del adolescente con los "No porque No", portazos, gritos y comparaciones.
  • Anime al hijo (a) a comprender los por qué (también de lo que se autoriza) de modo que acepte positivamente la autoridad de sus padres.
  • Como siempre, los mejores panoramas pueden ser en la casa y por muy poco dinero: a los jóvenes les sigue gustando conversar, jugar, picotear y bailar. ¡Sea generoso e invítelos a su casa!. Así se conoce además, a los amigos de los hijos y su forma de divertirse. 
Para ayudar.

Eduquemos a nuestro hijo en la toma de decisiones proporcionándole progresivamente campos en los que pueda tomar él las suyas propias. El hábito sólo será posible si le vamos dando oportunidades para desarrollarlo.
Tengamos en cuenta que cada vez que decidimos en algo donde podía haberío hecho él sin consecuencias negativas, estamos dando un paso atrás en su educación.

  1. Felicitémoslo y démosle ánimos cuando haya ponderado bien las decisiones que tomó, y respetémoslas.
  2. Ayudémosle a pensar y a plantearse preguntas: "¿Qué quieres conseguir?. ¿Qué caminos tienes para llegar a eso?. ¿Qué tiene de bueno y malo cada opción?...".
  3. Y si se equivoca... seamos los primeros en animarlo y ayudarlo a enmendar la situación, recordémosle que errar es de humanos.
  4. Recordemos darle el ejemplo de seguir adelante, ser consecuentes con las propias decisiones y esforzarse en enmendar las meteduras de pata, sin agachar la cabeza ni hacer dramas.
  5. Seamos cautos al darle libertad -a corto, medio y largo plazo-, ateniéndonos siempre a su integridad moral y animémosle a asumir las consecuencias de sus actos, advirtiéndole de ellas a tiempo, pero sin sentenciarlo.
  6. Exijamos la realización de lo que haya decidido, para que aprenda a responsabilizarse de sus propias acciones. Por ejemplo, si vamos de compras y se decide por una ropa cara, tendrá que comprometerse y cumplir su palabra de que la usará con frecuencia y la cuidará especialmente. Podemos ver la posibilidad de que renuncie a otras prendas o caprichos para compensar, en parte, la diferencia de precio.
Quién decide qué cosa.

En todo caso y más ante la duda... quienes mandan son los padres y no "porque sí" sino porque -aparte de por muchas otras razones- ellos son responsables de sus hijos como mínimo mientras ellos sean menores de edad pero si lo que pretendemos es "educar a los hijos en el ejercicio de su libertad y crecimiento en autonomía" hemos de ir ampliando progresivamente las ocasiones en las que en su libertad puedan responsabilizarse ya no sólo de sus cosas sino también de sí mismos.
Lo que ofrecemos a continuación son sólo algunos elementos, responsabilidades, tareas o actividades en las que cabe responder a la cuestión:

I. Decisiones que deben tomar los padres:
  • Formación y objetivos en la educación de los hijos.
  • Presupuesto familiar.
  • Normas de convivencia.
II. Decisiones que pueden tomar -juntos- padres e hijos:
  • La elección del Instituto o Universidad.
  • Cambio de domicilio.
  • Salidas nocturnas.
  • Estudios complementarios o trabajos de verano.
III. Decisiones que pueden tomar los hijos tras conversar con sus padres:
  • Elegir carrera.
  • Fiestas extraordinarias.
  • Clases particulares.
  • Actividades con los amigos.
IV. Decisiones que pueden tomar los hijos informando luego a sus padres:
  • Horario de estudio y tiempo libre, deportes.
  • Salidas diurnas.
  • Forma de vestir, compras con sus ahorros.
V. Decisiones que pueden tomar los hijos solos:
  • Utilización de su ropa y objetos personales.
  • Actividades cotidianas (esto es bastante amplio, pero dice relación con la intimidad que un hijo de esta edad necesita: cómo tener ordenados sus cajones, sus libros, su ropa; la manera con que enfrenta un malentendido con un amigo, un horario de estudio...).
PARA LA REFLEXIÓN EN FAMILIA:
  • ¿En qué nos ha ayudado más este artículo?; ¿qué echamos en falta en él?, ¿qué otras ideas añadiríamos nosotros?.
  • ¿Qué problemas o situaciones conflictivas se producen en nuestra familia en relación con la "toma de decisiones"?, ¿nos satisface la manera en la que vamos resolviendo este asunto?; ¿qué experiencias podríamos aportar aquí, en este espacio, para ilustrar un modo positivo de afrontar esta cuestión?.
  • ¿Cuándo podría decirse que "empieza el tiempo de enseñar a tomar decisiones con criterio propio"?. ¿Cuándo podríamos afirmar que la persona sabe ya tomar sus propias decisiones de manera completamente autónoma, responsable e inteligente?.
  • ¿Cómo hacer en relación con nuestros hijos para ir logrando que crezcan cada día en la toma de decisiones que beneficien su vida y su proceso de crecimiento en autonomía?.
PARA AMPLIAR, CONTRASTAR O PROFUNDIZAR:

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