“La familia es una comunidad de relaciones
interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos,
entre generaciones” (Carta de San Juan Pablo II a las familias Gratissimum sane, nº 15).
Sus miembros están ligados entre sí por tres tipos de lazos: la alianza nupcial, la consanguinidad de los hermanos y la relación paternofilial. Estas mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios como Padre, experiencia de Cristo como hermano, experiencia de Cristo como esposo de la Iglesia.
Sus miembros están ligados entre sí por tres tipos de lazos: la alianza nupcial, la consanguinidad de los hermanos y la relación paternofilial. Estas mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios como Padre, experiencia de Cristo como hermano, experiencia de Cristo como esposo de la Iglesia.
El
matrimonio y la familia cristiana intentan vivir los valores evangélicos. La
familia de Nazaret nos da un ejemplo de “la santidad de una vida cotidiana,
hecha de oración, sencillez, trabajo y amor familiar” (Catecismo de la Iglesia
Católica. Compendio, nº 104). La espiritualidad familiar es esencialmente
comunitaria: la viven juntos los cónyuges en cuanto pareja, los padres e hijos
en cuanto familia. En la familia el hombre se hace verdaderamente a sí mismo a
imagen y semejanza de Cristo cuando comprende que su dignidad está en
entregarse con amor a su esposa (Ef 5, 25) y a sus hijos. La esposa y madre se
hace una persona cristiana perfecta en el don confiado de sí misma al esposo y
en su entrega a los hijos. La paternidad y la maternidad introducen unas
condiciones de vida que enriquecen y determinan la espiritualidad familiar del
matrimonio. Dos se hacen uno para ser tres.
La
convivencia exige una adaptación continua con el otro; es cuestión de
flexibilidad y adaptación, pero no se superan las dificultades psicológicas con
los solos recursos de la Psicología, sino que son necesarios también los
recursos espirituales. Por ello nada más mentiroso y frustrante que buscar en
el matrimonio la felicidad por el egoísmo. "Amarse, según la conocida frase de
Saint Exupéry, es mirar juntos en la misma dirección". El amor enseña a respetar
y valorar la manera de pensar del otro. Aunque es evidente que todo ser humano
quiere lograr su propia felicidad, el camino para lograrla en el matrimonio es
el de la generosidad, es decir buscar ante todo la felicidad del otro cónyuge y
de los hijos, anteponiéndola a la propia, porque obrando así evitaremos el
egoísmo, practicaremos el legítimo amor hacia nosotros mismos que Dios nos
manda (Mt 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27) y nuestra propia felicidad se nos dará por
añadidura, a semejanza de Dios, que es Generosidad absoluta.
Quien
sabe respetarse y estar en paz consigo mismo, está en condiciones de respetar y
amar a los demás, siendo verdad que el ser humano “no puede encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24). Por
ello la persona feliz es la que ama y busca el bien ajeno; y es que, si bien la
felicidad es siempre individual, el hombre que la vive se vuelve más
bondadoso, más generoso, y por ello mismo siente la necesidad de compartirla,
de llevar a otros a la posesión de la misma; por otra parte, a medida que el
hombre va dándose a los demás generosamente, va encontrando un mayor equilibrio
psicológico. Pero dar amor, supone también saber recibirlo, y es que compartir
las alegrías y momentos felices las hace mayores, e incluso el sufrimiento
compartido es más llevadero.
Hoy
los matrimonios, cuando no se rompen, duran el doble aproximadamente que hace
dos o tres generaciones, porque se vive más. Los hijos son muy importantes,
pero tarde o temprano se van y entonces el matrimonio queda solo. Cuando los
hijos adultos se van de casa, a los padres relativamente jóvenes se les
plantean unos problemas totalmente nuevos sobre cómo llenar el vacío que
aquéllos dejan. No deben olvidar que no sólo son
madre y padre, sino también esposos. Por ello hay que cuidar en todo momento la
relación con la pareja y mantener espacios personales, así como hacen con el trabajo, las
amistades y las aficiones. Malo, si no logran mantenerse unidos a través de
unos ideales y objetivos comunes.Autor: Pedro Trevijano.
Fuente: http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=37242
PARA LA REFLEXIÓN EN FAMILIA:
- ¿Qué destacaríamos de esta exposición que hace Pedro Trevijano sobre el "amor conyugal" y por qué?.
- ¿Puede considerarse un peligro para la felicidad personal el buscar primordialmente el bien "del otro" en las relaciones familiares y conyugales?. ¿Cuándo puede ser realmente un peligro y cuándo no?; ¿qué podemos hacer para que la felicidad del otro no suponga jamás la infelicidad de uno mismo?.
- ¿En qué consiste el egoísmo?, ¿de dónde nace y cómo se alimenta a sí mismo?. ¿Qué claves hallamos en Mt 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27 que nos puedan ayudar a superarlo y ayudarnos a vivir relaciones que nos pongan en el camino de la felicidad?.
- ¿Qué podemos hacer en nuestra familia, en nuestra relación de pareja, para darle mayor dinamismo al amor que sentimos y nos comprometimos a vivir el día en que decidimos vivir el amor conyugal?.
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